Escribe: Raquel Baratelli.
Sobre quien era este buen señor, por qué se convirtió en santo y qué tiene que ver con los enamorados nadie sabe demasiado, lo cierto es que desde tiempos A, viene inspirando a los alcanzados por la flecha de Cupido, quien se asociara al tal santo allá por la zona norte del planeta para lanzarse al estrellato. Así las cosas, el día de San Valentín o de los enamorados se ha convertido en un clásico ineludible del mundo capitalista, inundándolo todo de corazones rojos, rosas carmesí, bombones y peluches encorazonados.
Por un día los restaurantes, bares, spas, telos y hoteles no dan abasto, todo se vuelve meloso, un día para dar rienda suelta a la cursilería sin fin, de la que se hacen eco las redes y todos los avisos publicitarios de cuanto negocio exista, sin dejar escapatoria para quienes no fueron atravesados por el flechazo ni para los que prefieren el amor duradero que no sabe de rosas o corazones estacionales.
En fin, más allá de flechazos y enamoramientos la cosa es que San Valentín, viene mutando y ampliando el espectro del amor, agiornandose a las épocas, hoy el 15 de febrero da para todo, amor de pareja, amor filial, fraternal, familiar, entre amigos, hasta el amor propio tiene su lugar para manducarse un bombón en solitario.
Este memorable día importado, por esas cosas del marketing y la crisis económica devenido en día del Amor, qué digo día, el mes del amor o mes de San Valentín se nos ha instalado de manera que los noticieros lo fogonean, las mentes más escépticas lo aceptan y hasta los corazones más fríos y calculadores se han rendido a sus pies.
Todo bien, chicos, pero sucumbir de esta forma ante el monopolio del tal Valentín sin saber quién fue en realidad y qué relación tenía con el pobre Cupido que quedó segundón, ponernos querendones, colgar corazones por doquier, regalando besos y abrazos así como así , presumir de los amores o incluso mendigar por un amor de febrero no nos deja bien parados, ya que esta tradición surge del oportunismo comercial de una fulana que en los años 40 lanzó a la venta las primeras tarjetas para enamorados, recordando o inventando a un sacerdote que vaya uno a saber cuándo, dónde o por qué casaba a parejas en secreto.
A ver, viejo, festejemos el amor, sí, pero cada día, celebremos el cariño que nos tenemos acompañándonos siempre, empatizando con el otro, propiciando el encuentro, cuidando y respetándonos todos los días. Ya se nos dijo “Amaos los unos a los otros” y no olvidemos que “Sólo el amor engendra la maravilla”.


