(In memorian) Del artista villanovense que falleció el 27 de octubre del ’99)
Escribe: Miguel Andreis.
“Desde muy pequeño me hice inseparable amigo de alguien que se llamó ‘pobreza’, gracias a ella aprendí a valorar hasta las cosas más insignificantes… más tarde la oscuridad absoluta no tuvo tiempo de asustarme y la actividad de escultor me ayudo a encontrar la luz”.
Armando Hilario Fabre nació en James Craik el 21 de octubre de 1917. Hijo de un italiano agricultor que lo anotó años después, haciendo una triquiñuela para no pagar los tres pesos de multa que aplicaba el Gobierno a aquellos infractores que no inscribían al recién nacido. Diez hermanos compartían los platos semivacíos y un estómago que no se acostumbraba a la falta de “visitas”; el trabajo escaseaba, Villa Nueva podía aligerar la incertidumbre de aquellas manos desocupadas. Una vagoneta en lento andar condujo a toda la familia en esta aventura de habitar este antiguo poblado…
Las cámaras de un importante canal porteño tomaban su rostro. El cronista enumeraba una y otra obra. Armando era figura en el mundo del arte. El único escultor ciego de Latinoamérica, y compartía la actividad con dos más privados de la visión en todo el mundo. Sus vivencias atrapaban a los distintos comunicadores que llegaban desde los grandes medios nacionales e internacionales.
De personalidad fuerte y memoria prodigiosa, le otorgaban un plus en el respeto a la hora de entrevistarlo.
El intento del presente escrito es rescatar del olvido la figura de un hombre diferente, y no sólo por su ceguera. O por su profesión de escultor y docente. Sino por la cultura del esfuerzo conque transitó su existencia. Por el ejemplo en que convirtió sin saberlo.
A principio de los años noventa nos narra en una extensa charla, intimidades de sus vivencias. Su conceptualidad sobre la historia política y social, solía generar no pocas rispideces. Jamás silenció lo que pensaba. No es simple concebir un escultor privado del sentido de la visión.
– ¿A qué edad llegan a Villa Nueva?
“A los 8 años, pocos meses después empiezo con una de las profesiones más dignas, alegres, bellas: la de canillita. Fui uno de los primeros chicos que vociferaban los matutinos y vespertinos por calles de las dos orillas del río. Corría el año ´28, cuando el ciclón hizo estragos. Buena clientela tenía en el viejo Mercado Colón ( actual Plaza Centenario), bajo el brazo y a puro grito repartíamos La Nación, Noticias, Gráficas, Crítica, El Mundo, Caras y Caretas, Tibitiz, El Tony…
-¿Estudios?
-F- “En la escuela Bartolomé Mitre. En mi casa la miseria era tan “miserable” que el hambre se quedó en la puerta y no se atrevió a entrar. No obstante, esa condición socio económica me enriqueció en otros aspectos, como la de valorizar lo poco que tuve o tengo, nunca me sedujo lo material; así uno puede aprender a estimar más cada cosa, por pequeña que sea… Pasé por distintas circunstancias laborales, como la de descargar bultos para la Casa Marcos (una gran tienda de ramos generales) desde los vagones del ferrocarril. Recuerdo aún cuando nos regalaban las frutas picadas o golpeadas, eran todo una delicia…También desempeñé tareas camperas, como las de boyero, tropero, juntador de maíz. La dureza de la adversidad sirve para formar al hombre”.
-¿Quién descubre sus cualidades artísticas?
“Iba a tercer grado, nosotros, los “secos”, usábamos cuadernos Zorrilla, estos tenían cuatro hojas más que los otros caros. En una oportunidad, la maestra nos da una tarea para completar, yo me había quedado sin cuaderno, costaban 10 centavos y en mi casa en ese momento el dinero no estaba. Tal era la pobreza que con mi hermana teníamos un solo par de alpargatas para ir al colegio, por la mañana las usaba yo y por la tarde ella, siempre con los dedos afuera. Al otro día, cuando la “señorita” me llama, me largo a llorar, no me podía contener, era una mezcla de vergüenza, impotencia, temor; cuando me interrogó sobre lo que me pasaba, le conté que mis padres no me podían comprar el cuaderno; me acompañó hasta el banco y acariciándome, logró calmarme. Entre los papeles había unos dibujos hechos por mí en hojas de papel estraza (que me regalaba un viejo almacenero), con las figuras de San Martín, Sarmiento y el Cabildo, se sorprendió cuando los vio, y más aún que yo era el autor… Pasan tres días y antes de terminar la clase me entrega un paquete cerrado, diciendo que era un regalo para mí. No llegaba más a mi casa, corría y corría, el aire me golpeaba la cara…lo desenvolví con extremo cuidado, creí que mis ojos se salían de lugar, había cinco cuadernos de diseño para dibujo. ¡Cinco cuadernos Rivadavia (nunca había podido tener uno)!, carpetas de papel especial, una caja de acuarelas Pelikán (un sueño), pinturas, pinceles, lápices Fáber, plumines, etcétera. Ella era la señorita Rosalía Moya Ceballos; toda la vida le estaré agradecido, fue quien descubrió mis inclinaciones hacia la plástica e incentivó mi vocación. Para las fiestas patrias me paseaba por todas las aulas haciéndome dibujar en los pizarrones… nunca más supe de qué sucedió con la maestra”.
“Las tareas en el campo eran pesadas, no obstante, me hacía un tiempito y algo borroneaba, como siempre escaseaba el dinero, las carbonillas me las preparaba solo, secando ramas finas de sauce que después quemaba…”
¿Primera aparición del artista en público?
“En 1933 se inaugura el primer Salón de Artes para Aficionados, la muestra tenía lugar en la calle San Martín y Entre Ríos de Villa María, allí presento mi primer trabajo, el cuadro llevaba como título “Mujer de Villa Nueva”; entre los concursantes, varios apellidos famosos se destacaban. Recibo una mención cuyo premio consistía en una beca en la Academia de Bellas Artes Arborio (que era privada, luego, la actual Emilio Gómez Clara). El ingresar a esa institución me permitió pulirme, encontrar un desarrollo más académico, mejor manejo de las técnicas. En esas aulas hubo grandes profesores, entre los que recuerdo a “Pichín” Martínez… A fines del ’35 me traslado a Córdoba, inscribiéndome en dos carreras, Dibujo Arquitectónico y Archivista. Trabajo como locutor un tiempo en Radio Nacional. Regreso y me toman en Publicidad CYLTER, que en 1937 adquiere el primer camión sonoro de la zona (Ford modelo 37), el mismo era un furgón cuya parte posterior tenía instalado un generador que brindaba energía a los equipos, proporcionándoles gran alcance. Y yo le daba a los avisos comerciales todo el día. En lo laboral se van abriendo otras proyecciones. Encuentro un trabajo más bacán, promotor de ventas en la Química Bayer, recorro el país. Elaboraban varias productos, como la Bayaspirina, Instantina, luego la Femaspirina (antecesora del Evanol). Con la guerra esta empresa es expropiada, haciéndose cargo de la misma el Trast Cincy Ross, fabricando nuevos productos como Mejoral y Glostora”.
Hablemos un poco de los sentimientos…
“Por supuesto, no sólo de trabajo y arte vive el hombre. Ya había conocido a Sara (Domínguez Pedraza) con quien en 1942 contraemos enlace, desde entonces se transformó en esposa y compañera, tuvimos dos hijos, Myriam Belkis y Alberto Horacio. Nos casamos y no fuimos a la ciudad de Las Varillas. Allí conocimos al cura Tomás Luque, un “negro” buenísimo; él tenía un hermano que vivía en Villa Nueva, Teodosio, propietario de un bar al que solía frecuentar, siempre me pedía que le dibujara una iglesia, a mi gusto, lo hice, con el tiempo estos bosquejos se transformaron (con ínfimos cambios) en la parroquia actual de aquella población varillense…
-Hasta ese momento, ¿la vista era normal?
“En realidad yo tenía miopía, debía usar anteojos y fue precisamente la tarde del 17 de noviembre de 1943 que mis retinas grabaron sus últimas luces, aquel azul de un cielo brillante, fue en Las Varillas, Estábamos charlando con un amigo cuando algo como un oscuro telón cae sobre mi vista, se desprendieron las retinas… Lo anecdótico de aquella situación es que quien estaba conmigo me tenía el brazo y me conduce hasta mi casa, alguien salió corriendo y le dijo al cura -¡lindo su amigo el artista, está tan borracho que lo tienen que llevar!… Me atendieron en Córdoba, luego en Buenos Aires, no hubo nada que hacer, el hecho fue irreversible…”
¿Qué cosas se le han quedado perpetuadas?
“La imagen de mi hija, que apenas tenía cuatro meses, el rostro de mi mujer con 25 años, yo frente al espejo, sin arrugas. No me los puedo representar de otra manera, tal vez si por un milagro me devolvieran la visión, algo se rompería dentro mí. Dudo que fuera lindo volver a recobrar la visión a esta edad. Quiero seguir manteniendo en mi mente aquellas figuras. El del ciego es un mundo diferente donde cada uno puede tener su propia luz, colores, paisajes, vivencias. La imaginación te inventa un sol en plena noche”
“La ceguera comienza doliendo, un dolor para el que no hay calmantes…”
“Nacer invidente no dudo debe ser espantoso, pero no lo es menos perder la luz ya de grande. No me podía quedar inmovilizado. Me inscribí en el Instituto Nacional para Ciegos, aprendí el sistema Braile y traté de perfeccionarme en el curso de modelador; al frente de dicha cátedra estaban dos personalidades: Elena Wuanasi Altamirano y Antonio Giargiullo, quien fuera uno de los autores del monumento a Rivadavia en Villa María. También construyó una cabeza de este prócer que era espectacular. Nunca se supo dónde fue a parar la misma”.
Su radicación en Buenos Aires
“Ya era recibido en dibujo y pintura, me presento a un concurso con un vaso isabelino, allí obtengo otra beca para el Estudio Superior de Academias de Bellas Artes de Buenos Aires, Costa Boero; posteriormente expongo exitosamente en el Salón Nacional de Artes Plásticas, la temática fue sobre Beethoven, Sarmiento y Dante Alighieri, y precisamente sobre éste último, quiero decir que los villamarienses deberían estar orgullosos de tener un busto construido por uno de los más grandes escultores de todos los tiempos, Troiane Troaiani”
¿Cuántos escultores no videntes en el mundo?
“En Latinoamérica soy el único; en el mundo solo dos o tres,”
Es difícil imaginar a quien no ve modelando figuras que tal vez nunca conoció
“Eso es un preconcepto. La ceguera te quita cosas pero te otorga otras. Desarrollás el olfato, el oído, tacto y gusto, la percepción y básicamente tu memoria adquiere otra dinámica. Tomo la figura a construir y la voy palpando, acariciando, y trasladando a otra dimensión. La yema de los dedos se vuelven hipersensibles. Con el tacto digital se compensa todo, no hay imposibles, ni impedimentos cuando se quieren descubrir los secretos de la estética, de la fisonomía. La necesidad tiene cara de hereje. Para mí es un desafío permanente el superarme, el lograr perfeccionarme cada día más. Soy consciente que mis obras tienen alguna imperfección, pero también eso es parte del trabajo. La tienen de quienes tienen ese sentido a pleno”
Se asegura que es uno de los escultores ciegos más prolíficos del mundo…
“Es lo que dicen los estudiosos. Tengo algo más de treinta entre monumentos y bustos; el “Centinela Pampa” de Chazón, con un peso de siete toneladas y un alto de casi cuatro metros. Es uno de los más grandes del país en ese género; el de Hipólito Yrigoyen, inaugurado en el 66, también con cuatro metros de altura; el de San Martín, sentado y sin caballo, el de la Madre, estos tres últimos en Villa Nueva. También hay obras de mi propiedad en Santiago del Estero, Buenos Aires, Santa Fe, Cruz Alta, Arroyo Cabral, La Playosa, Ausonia, etcétera. Ninguno en Villa María”
¿Económicamente redituable?
“Mire con la humildad que vivo. Nunca gané dinero con este arte, y cuando cobré lo hice siempre fue a un valor menor de lo real. Nos mantenemos con la jubilación de mi señora y la mía. Soy jubilado docente en la provincia. Fui el único Director no vidente de una escuela de chicos normales. Podría decir que llevé una vida normal”
¿Cuánto margina la ceguera?
“Lo que margina no es la ceguera sino la sociedad. Posiblemente haya influido de alguna manera mi carácter frontal, sin obsecuencias ni pelos en la lengua. A nivel nacional e internacional se me reconoció una serie de trabajos que no tuvieron igual correspondencia en Villa Nueva o Villa María; si hasta en Radio Nacional se hizo un teleteatro sobre mi vida. Aquí no siempre se valoriza o reconoce al que desde el arte u otra actividad se destaca. Personalmente me cambió mucho la integración cuando en el ´80 la gente del Rotary Club me integra a la institución”.
El se queda en su vieja Villa Nueva, junto a su compañera, y una antigua Remington en la cual teclea todo lo que su prodigiosa memoria le va sacando a la luz. Al despedirme y apretar su mano siento como que sus yemas parpadean, la retina del pulgar sonreía. Tenía razón, la fuerza de voluntad sumada al talento es un patrimonio que a don Armando se le filtra por los poros… Fabre fallece el 27 de octubre de 1997.
(Parte de esta nota fue publicada por EL DIARIO de Villa María el 9 de mayo de 1992, bajo la misma autoría)




