Escribe: Miguel Andreis.
El Virola fue terminante. Esto no puede seguir más así. La decisión estaba tomada. Su mujer, Leti, ya con cincuenta y cinco (55) recién cumplidos, pero sin perder el tumulto hormonal de la juventud, muy de vez en cuando le daba rienda suelta a sus impulsos sexuales con adversarios que duraban días nomás. Para él, eso no era nada novedoso solo que casi acostumbrado.
La contracara de las adicciones
No obstante, la infidelidad, afirmaba, es la contracara de las adicciones. No te acostumbrás nunca. Ya con setenta encima había perdido todo el ímpetu de lucha por darle placer a la dama. La risa y el humor que lo caracterizó en años mozos se le borraron de su impronta. Ni siquiera, cuando se destapaba la olla, mantenía las ganas de fajarla como en otros tiempos. Motivo por el que repitió varios calabozos. Ella nunca claudicó en la búsqueda de amantes. Los vicios más frecuentes del Virola pasaban por jugar unos trucos con los muchachos del club a la salida del laburo, muy de vez en cuando partir de pesca o algún domingo ir a ver Alumni. Lo habían alertado en varias ocasiones sobre las escapadas de la dama que, seguía manteniendo una silueta interesante. La última ocasión fue el rastreo que lo llevó hasta el Motel Los Cisnes sobre la ruta 9. No hizo falta nada. Letí y su “chofer” solo atinaron a huir. Él ni pisó el acelerador. ¿Para qué apurarse? Los chicos no estaban en casa. Ella sin inmutarse y sin bajar la vista, haciéndose la ofendida, le indicó con tono de desprecio: “bien, decidí vos qué querés que hagamos… nos separamos. Esto no va más. Dividimos. Vos hacé tu vida y yo la mía”. La amenaza ya tenía repetidos antecedentes. El hombre herido en sus fueros más íntimos respondió sin desesperarse: “Mañana lo resolvemos en lo del abogado”.
Los logros
Virola había logrado una linda casita, un autito cero, la compra de un terreno para cada uno de los chicos, y estaban levantando un chalecito en Embalse del Río 3. Ganaba bien en el taller de repuestos. No gastaba en nada para sí. Casi, casi un buen marido.
Esa noche no pegó un ojo, giraba en la cama ubicada al lado de la pieza matrimonial. Casi especialmente hecha para la suegra. Pensó en todas las alternativas. Todas. Ya estaba grande para andar alquilando. Para irse del barrio. Alejarse de los muchachos del club. En cómo seguir controlando el estudio de los chicos. Soñaba que cada uno alcanzara una carrera profesional. El quedarse con la mitad de cada cosa lograda lo apesadumbraba… Solía decirles a los amigos que cuando pisaste los 70 las heridas de amor casi no cicatrizan. Llevan mucho tiempo para cerrar… Posiblemente era eso lo que le estaba pasando. Ya no tenía el amor de joven. Quizás, solo costumbre. Pero dolía igualmente. Ella no dejaba de reclamarle más acción en las humedades maritales. Para Virola, entre la próstata que lo tenía a mal traer, las pastillas para la presión arterial y los comprimidos para la diabetes, más la edad, su lívido había huido hacía tiempo.
Fue directo en sus dichos…
El abogado intentó emitir una frase que ablandara a los dos. No fue necesario. Virola de poca parla, fue directo: “doctor, esta es la tercera vez que estamos por la misma situación frente a usted… no quiero que se vuelva a repetir, mi propuesta es muy simple. Quiero que haga un documento donde yo en pleno de mis facultades mentales determino que tercerizo mi sexualidad… Entonces ya no sentiré entonces que ella me está siendo infiel, sino que estará buscando un aporte de fondos para un mejor vivir de la familia”. El doctor se llevó la mano a la boca para tapar la risa. No podía negar que ese tipo, detonado en amores, era ocurrente. “tercerizar la sexualidad para no sentirse cornudo”. Leti no quiso firmar. Se negó a los gritos y actuaba, que ella no era una puta para andar cobrando por sus sentimientos. Dejó el documento escrito y por el rubricado en el estudio del “boga”
El peso de ser cornudo
Al poco tiempo el Virola volvió a enterarse de las correrías de ella, pero no lo tomó como un fracaso de su propuesta… Claro, no se inmutó, esa responsabilidad de cumplir con las relaciones maritales, ya no le pertenecían. Estaba concesionada a quién quisiera Leti. Ni se ocupó de averiguar de quién se trataba ahora. Volvió a sonreír y sorprendió a los compañeros de truco con la definición…” cómo no lo pensé antes, cómo, tienen idea de lo que es sacarse el peso de ser cornudo, eso no tiene precio… Es una liberación que jamás pensé que existía. Pero existe”


