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Miguel Andreis

¡¡Perder amigos por la política!!

Cuando la política distancia afectos.

Escribe: Miguel Andreis.

No lo sé. No los he contabilizado. Solo tengo la seguridad que son muchos.

Por momentos me aparece la imagen de mi viejo en charlas de sobremesa cuando decía: “No tenés idea lo que implicaba aguantarlos. O eras peronista o te transformabas en un enemigo del gobierno. Del pueblo te decían.  Te cerraban todas las puertas”. Yo sabía que inmediatamente vendría la anécdota del fallecimiento de Evita. “Por entonces, cuando murió la Eva laburaba en Obras Sanitarias. Nos querían obligar a ponernos una corbata negra y un brazalete de luto. Yo me negué, un poco por radical y otro poco por rebelde. Si después de todo no lo había usado ni cuando murió mi mamá.  De la empresa me mandaron a limpiar las cloacas por años y del gremio ni te cuento las veces que me quisieron cagar a trompadas. Si hasta tuve un despelote cuando el Toscanito Vázquez, decían, puso una bomba en el Distrito Militar. Nunca se supo si fue cierto o no”

Conocía esas historias de memoria.  Siempre le respondía lo mismo: “Eso te pasó por gorila viejo”. Se fastidiaba.  Y más aún cuando retrucándole le enumeraba los logros del gobierno de Perón. Saltaba: “A lo mejor no te toca nunca, pero sabés lo que es vivir en un país donde pensar diferente te convierte en un enemigo. ¡¡tenés idea los amigos que perdí por la política y lo que duele!! ¡Espero que nunca te toque… de verdad te lo digo!”. Yo lo tomaba en broma. Aquellos eran otros tiempos. Eso suponía. Claro que desde el otro lado la intolerancia nunca fue menor. Del bombardeo en Plaza de Mayo en adelante las dicotomías fluctuaron.

Pasaron muchos años. Más de sesenta. Muchos. Nunca imaginé que aquellos dicho del viejo un día se iban a repetir. Que la historia con otros actores y un diseño social distinto se volvería a reproducir. Se repite hoy en lo que llamamos grieta. Claro, apareció el kirchnerismo y ya cuando todos suponíamos que se iban, emergió el nombre de Javier Milei, nuevo presidente. El principal responsable de la supuesta corrida del poder de los intolerantes que gobiernan desde hace años. Vaya casualidad, con las idas y las flamantes llegadas, nuevas grietas aparecieron en el suelo. Se hizo más difícil caminar.

A nadie obligarían en la actualidad a poner luto (en realidad, culturalmente, ha perdido su vigencia), pero siempre encontrarán una manera de segregar. Hoy odiar o denostar porque se piensa diferente, es más común de lo que suponemos …

Ya he traspapelado la cuenta de cuántos amigos o tipos conocidos con los que dejamos de intercambiar afectos. De los que te saludan masticando una puteada, o intentan destrozarte desde la palabra. Y como plus se vuelve muy difícil determinar quién o qué es un gorila. La mayoría no tiene idea, pero igual te sacuden con ese apelativo.  Pueden calificarte como tal, pero no explicarte el significado. Lo más frecuente era, hasta no hace mucho tiempo el echarte encima el peso de las “mayorías” porque estamos en un país progre, nacional y popular. Frecuentemente se escucha “si la gente nos vota por algo es. Las mayorías nunca se equivocan”. Todavía ando buscando quién fue el bobo que sostuvo que las mayorías nunca se equivocan.  Solo será necesario repasar la historia. Aquí y en otras partes del mundo también. Ahora devino una nueva y disruptiva expresión con un personaje que no se tenía en ningún mazo. Javier Milei, el hombre que desembarcó con una motosierra y propuestas como escapadas de un manicomio. Y ganó. Diría que robó con un 56% y sin estructura. Algo impensado Sus seguidores se volvieron tan intransigentes, fanáticos y testarudos como los mismos kirchneristas o cristinistas. La única diferencia son los argumentos.

Se aman, se odian, juran lealtad y traicionan… y nosotros

Tenía razón el viejo, duele perder amigos por la política mientras los que detentan el poder en nombre, precisamente de la política, se putean, se aman, se juran lealtad eterna, se traicionan mientras se besan en la boca, se elogian y descalifican; se corrompen, mienten; saltan de un partido a otro sin ruborizarse; se traicionan de la peor manera, aprovechan el clientelismo político; usan los necesitados.  Defecan sobre la sociedad y si se trata de pobres lo hacen con mayor placer… y nosotros seguimos desarmando eso tan difícil de construir: las amistades. Los afectos se escapan. Huyen mientras ellos llenan sus propios bolsillos.   

 En mi caso estoy dispuesto a seguir perdiendo todos los que sean necesarios. Seguramente que desde la otra vereda deben pensar más o menos igual.  Me duele mucho más el dolor de la intolerancia y me resisto a aceptar el imaginario luto de la verdad única. No tengo demasiadas alternativas… por si acaso, a mis hijos estas cosas no se las cuento. Tal vez ellos sean capaces de construir una sociedad sin esa luz que enceguece, sin la prepotencia insubstancial que lleva a creer que, a mayor número de confluencias de pensamientos, menores posibilidades de equivocaciones… viejo, perdón, ¡¡Tenías razón, perder amigos por política no es producto de las convicciones… sino de boludos nomás!!   

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