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Miguel Andreis

Para cuándo la revolución de los consumidores…

¿Los ciudadanos somos los culpables que nos roben?

Escribe: Miguel Andreis

El temor del mañana…

Las medidas que ha comenzado a tomar el flamante presidente Javier Milei son, al menos, bastantes asimétricas social y económicamente en su correlación con los efectos.

Se trata de los Decretos de Necesidad y Urgencia -DNU-, pero además un sinfín de leyes que nos confrontará aún más. No hay equilibrio en su aplicación. No es necesario ser un erudito en política o economía para entender las definiciones bien comprensibles, que por ser comprensibles no necesariamente son compatibles de equidad para toda la sociedad.

Dichos como “No hay plata”. Simple y contundente, pero no ejercerá el mismo efecto en unos y otros. Se puede decir que el presidente no mintió, pero eso no le atribuye la potestad de avanzar sobre un camino que no nos garantiza la bandera de llegada.

Gobernar no es solamente un contexto de buenas intenciones. Si así lo fuera, si viviéramos en una sociedad igualitaria – no necesariamente marxista- podría señalarse que existiría mayores posibilidades de éxitos.

“No hay plata” no significa lo mismo para los integrantes del “Círculo rojo”, que son los que hace años vienen digitando el poder, con nuestro voto, que quienes padecemos la desigualdad.

Aunque no es preciso, igualmente diremos que aquellos que pertenecemos a la clase laburante, o la clase media en picada, ni hablar de los jubilados y mucho menos de quienes cobran sueldos menores de 300 mil pesos o cifras parecidas, también para ellos el calvario será igual o parecido, mientras desde el mismo gobierno te hablan de una inflación criminal, unos, los que manejan la economía de los valores de los alimentos o servicios, o combustibles, o energética, o importaciones.

Todo se mimetiza en este desorden y desconcierto de los valores en cualquier vertiente. Hoy la sociedad, mayoritariamente está condenada a coexistir con heladeras de anemias tormentosa. Es imposible e Inaguantable la comparación con los que cuentan con los recursos de seguir como que no pasare nada. En nombre de la libertad, te meten en las arenas de un circo romano armado con un escarbadientes a pelear con un león.

Es verdad que a menos de dos semanas de asumir no se le puede pedir mucho al mandatario, y hasta casi que obligadamente debemos, desde la estricta razón, no lo pasional, seguir teniendo expectativas favorables.

Digo expectativas ya que la impresión que subyace, es que la palabra esperanza ha perdido vigencia.  Los DNU, o las leyes que envió el gobierno recientemente al Congreso expresa todo un cambio en la estructura institucional y constitucional del país. ¿Se podrán aplicar más allá de que fueran necesarias? Es difícil saberlo hoy.

Los que se la llevan toda…

Muchas de las flamantes propuestas, quizás son imprescindibles en esa apuesta por sacar del fango al país que viene siendo condenado por minorías hegemónicas, las mismas que detentan el poder.

Las que forman los precios; las instituciones bancarias; las petroleras, las energéticas y algunos cientos más. Todas ellas forman charcos de corrupción e impunidad en sociedad estratégica con las castas políticas; las castas gremiales; socias imperecederas; las cerealeras, los laboratorios medicinales y los eslabones que mueven miles de millones de dólares, etc. etc.…

La pregunta que es imposible no poner en letras de molde y, por encima de lo que cada quién piense del accionar del presidente, es que debemos sincerarnos mínimamente preguntándonos ¿Y qué hacemos nosotros como sociedad para frenar o ayudar a terminar con tanta desmesura?

Si fuese por los números, lejos tenemos las ventajas. Somos muchos los millones que recibimos los longazos. Nos falta comprensión de la realidad y voluntad para comprometernos. Ya no alcanza con echarle culpas a quien gobierna. Hay un poder que se esconde en el silencio. El nuestro de ciudadanos de a pie.

Nosotros, el pueblo ¿qué hacemos?

Un lector, de estas páginas, profesional él y conocedor de la temática cárnica, nos envió este escrito. Posiblemente los valores aquí expuestos puedan haber quedado desfazados por los aumentos, pero es elocuente en su mensaje comparativo.

Comienza diciendo que “si bien no son todos, al menos una gran parte de empresarios y comerciantes, terminan en la rueda de los tremendos especuladores sin sangre. No hay un justificativo técnico para los aumentos que hicieron en los últimos días”.

Y agrega, si como ciudadanos nos atreviéramos a comprar lo mínimo indispensable y no convalidar estos sabiendo que nos estafan ante nuestro silencio. Si nos atreviéramos a decir “a estos precios no compro”, cuando, en este caso los negociadores de la carne, pero solo por citar un rubro, porque ese inmoral desenfreno abarca a todos los rubros, tengan que pagar aguinaldos, sueldos, alquileres e impuestos, quizás que apelen a mostrarnos ofertas. Es decir, afanaros un poco menos. De lo contrario van a tener que perderse los productos en el cu…

Cuenta que “Hoy se pagó $1.912 el novillito de 390 a 430 kilos, Te rinde un 57% de res al gancho (dos medias de 111 kilos cada una) El costo de faena es $ 65 por kilo de res al gancho con trasporte a la carnicería incluido. Te da $ 3.423 el kilo puesto en la carnicería. ¿Como llegás a $ 6.000 o $ 7.000 que te lo quieren vender hoy? Un robo a mano armada. No hay que convalidar esos precios. La intermediación y el comerciante subieron los importes por las dudas sabiendo que la carne se vende…”

“El carnicero que compra directo en el Frigorífico, con 5 lucas por kilo está más que bien cubierto. Marcando con un 50 % le da $5.250 por kilo promedio, pero ese valor es superado ampliamente. Exponencialmente. Vergonzosamente”

Sociedad de consumo que prefiere el silencio

Si la sociedad, es decir nosotros, los ciudadanos, qué precisamos para comprender que, en nuestra fuerza, aunada, es algo así como unos 37 millones de habitantes o un poco más, está el poder, mucho más que el presidencial o el de las cámaras legislativas.

Podríamos llevar adelante algo así “La revolución del consumidor”. No olvidemos que esta es una sociedad de consumo, aunque a una mayoría se le va la vida buscando sostenerse en la misma.

Y esto engloba a los que creen y quieren un cambió en el país y también a los que no le creen al flamante mandatario, pero saben que necesitan un fundamental golpe de timón.

Por ejemplo, poner en práctica lo que en otros países  hace años que lo vienen aplicando, darle valor al poder del consumidor.

En Argentina, culturalmente repetimos acciones que luego se nos vienen en contra. Una carencia de criterios proteccionistas de nuestros propios bolsillos que se repiten a lo largo de los años. Quizás por el acrecentamiento de un individualismo que cada vez nos condiciona más, con el egoísta y miserable sálvese quien pueda.  

Anuncian un aumento de combustibles y nos encontramos, desde hace décadas y ahora también, con largas colas frente a las estaciones de servicio en un vano intento de ganar unas monedas por unos litros más que luego recuperarán con creces las gasolineras y las petroleras juntos. Lo mismo pasa con los alimentos.  En lugar de un paquete de harina o yerba, se rasca el tarro y se compra cuatro o cinco, a precios con valores exorbitantes y “para prevenirse” dejás que te roben.

 Lo nuestro, además, está preñado de miseria cultural.

 Sería absolutamente válido para defendernos, por el momento como única arma, el rebelarnos ante este robo legalizado. Adquirir lo justo y si es posible, menos que lo necesario. Y hacerlo todos los días en forma medianamente organizada, y con todos los artículos.

Ellos, quienes determinan qué podemos comer o que no, al no tener venta deberán bajar los precios. Nos roban todos, absolutamente todos (y no me refiero a los pequeños negocios que en este pasa manos también sienten los golpes).

Al no existir billetes de referencia ni sentido de comercialización, cualquier cosa se mimetiza con el absurdo. Esto hace que grandes sectores empresariales de la manera más impune y corrupta, nos están desangrando. Quien pierde en el marco de mayor miserabilidad es quien vive de un sueldo o ingreso fijo. Ese es quien se transforma en una víctima de 24 horas los 30 día del mes.

En fin, esto se da en todos los órdenes. Y si comenzamos a comprar lo justo y recorrer comercios, tal vez conoceríamos quién nos afana menos. Animémonos a comenzar a plantear, sin eufemismos, la verdadera revolución, LA REVOLUCIÓN DE LOS CONSUMIDORES… es la manera menos cruenta y más efectiva de decir basta y en serio, a la impunidad del poder.

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