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Miguel Andreis

Odisea en el espacio.

Regreso a casa.

Escribe: Raquel Baratelli.

Uno se levanta, se lava dientes, cara, se baña, se viste y sale de su hogar a cumplir con sus obligaciones,  día tras día, sólo o acompañado, le guste o no. Desde tiempos inmemoriales, la vida de la mayoría de los humanos transcurre en un ir y venir de cotidianeidad, un sinfín de tareas y obligaciones que se transmiten de generación en generación según usos y costumbres en cada rincón del mundo “civilizado”.

En el universo urbano argento, la cosa viene igualita, se sale de lo que llamamos casa, se cumple y se regresa a lo que también denominamos hogar. Sin embargo, entre que se sale y se regresa  pasan cosas. Aparentemente, en la rutina cotidiana pasan las mismas cosas, se diría que cada día de cada semana, mes a mes,  es previsible y que se sale del hogar con un plan preestablecido que determina aproximadamente el horario de regreso. Pero hay que aclarar que en esta vida citadina y moderna el espacio exterior no siempre es lo que parece.

Aparte de las contingencias esperables que responden a cierta secuencia o periodicidad relacionada al día de la semana ,- zombis lentos los lunes, mucho tráfico los miércoles , viernes ansiosos y apurados , o algún corte por obras en las arterias cruciales de la ciudad en horas pico, averías en el colectivo, goma pinchada y todos los etcéteras más o menos conocidos-,  en nuestras ciudades suceden ciertos eventos inesperados,  inexplicablemente las distancias suelen prolongarse y el reloj apurarse o detenerse  sin previo aviso, convirtiendo nuestros traslados en maratones agobiantes y la llegada a casa en una verdadera odisea para la que conviene estar preparados. De más está decir que los bondis, motos y autos se complotan para complicarnos la vida y los semáforos hacen lo suyo jugando a des sincronizar  todos los tiempos.

Ni hablar de ciertos eventos paranormales que se apoderan de las motos  y bicicletas obligando a sus conductores a seguir un comportamiento irracional traducido en  contravenciones varias, pasar por banquinas, subirse a las veredas y pasar semáforos en rojo, con el consecuente enojo de peatones y conductores de vehículos de cuatro ruedas, que deben tener también cuatro ojos.  La odisea suele complicarse en días de lluvia, con las consiguientes cataratas, lagunas y canales que nos  transportan a Venecia en un segundo  y/o con vientos huracanados salidos de la nada misma, que nos bajan de un plumazo al mundo terroso en un espiral que enceguece. 

Últimamente hasta las rutas se congestionan,  las autopistas se encogen y por más prevenciones que se tomen, el sueño de llegar a casa temprano se desvanece en la vorágine de transeúntes que persiguen el mismo objetivo.

Así las cosas, chicos, uno se levanta, se lava los dientes, se viste y sale de su hogar en horario, siendo bueno,  cada vez más temprano, día tras día, le guste o no, para cumplir con sus obligaciones en una odisea variable entre altibajos indeseables de calles, colectivos, relojes, distancias, semáforos, climas y gente. Personas de acá y de allá,  solas o acompañadas, cuyas cotidianeidades similares las convertirán en energúmenos  y las devolverán desencajadas y maltrechas a sus hogares cada día más tarde.

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