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Miguel Andreis

Noche violenta de un travesti de la “Pesada”

Escribe: Miguel Andreis

No debe haber tenido más de 18 – 19 años.  La nariz no paraba de sangrar y el ojo derecho se mostraba hinchado con un hilo de sangre que caía sobre el rostro. A primera vista daba la impresión de ser una piba. Pollera de cuero extremadamente corta. Senos pronunciados y rostro indefinido. En su mano llevaba lo que aparecía como un corpiño con lo que se secaba el rostro a cada momento. La puerta del auto abierta y ella o él, sentada en el pasto húmedo con los pies apoyados en suelo. Los tacos altos, rojos desparramados. No podía hablar. Viernes 12 de enero. Faltaba poco para la 1.30 hs. Manuel que venía de la casa de su familia que vive en el Vista Verde regresaba, como siempre, por el camino de la Costanera donde el pavimento vuelve más rápido el regreso. Lo-a encontró llorando en cuclillas bien frente al cementerio de sacerdotes, predio de cruces, ubicado en la parte trasera de “La Casa de la Familia”.

El rostro desfigurado

No paraba de llorar e insultar. Escupía sangre. Manuel pensó que se trataba de un accidente. Cuando la quiso ayudar ella se negaba. La puso de pie a prepotencia pura y empujó hacia el vehículo. No se le entendía lo que intentaba decir. Gimoteaba y la saliva roja se le estiraba en caída lenta. Le encendió un cigarrillo y se lo puso en la boca. Ahí se dio como una especie de calma. Al menos se podía, con esfuerzo, comprender algo de sus dichos entre la mezcla de cortas convulsiones y palabras a medias. Le prestó una campera’ que siempre va en el asiento de atrás. Manuel, no sabía qué hacer con la joven. Decidió rumbear hacia La Ribera (boliche que está al frente del Monumento al Gaucho). Allí lo esperaban Nicolás, peluquero de oficio y Camilo, repartidor. Ocupaban una mesa y se sorprendieron. No conocían la nueva adquisición del petiso, menos entender la sangre en el rosto o el desandar descalza. “Es un traba” murmuró Camilo.  Nada les cerraba. Manuel no era un tipo violento. Todo lo contrario. Ya con algo de luz vieron el rostro desfigurado. Saludos de rigor, y sin más pidieron la cuarta o quinta cerveza. Ella pidió un tostado y compartió la bebida. Un pañuelo cubriendo el hielo que le aplicaron sobre las heridas. Al rato pareció volver a la normalidad.

Un “saque de la blanca” El disparador de placeres

Fue el “raspa cabezas” quién preguntó ¿Qué te pasó amiga? Estás rota por todos lados. La respuesta impuso el silencio.

-Nosotros laburamos en la ruta pesada casi llegando a la calle Buenos Aires. Se acerca un auto, y veo que era un hombre más bien de unos cuarenta largos. Muy tatuado y con los brazos de los tipos que hacen fierros. Arreglamos el precio, pero antes me aclaro que después, yo tenía que de hacerle un regalito… cosa muy común. Digamos, hacer de hombre yo. Bhue, ponérsela. Eso siempre cuesta un poco más. Me puso los billetes en la mano.

El varón de los múltiples tatuajes

 Tomó para el lado de la Costanera, en las cercanías del “Arenero” pasando unos edificios –(Altos del Río)-, por allí frenó y bajamos a un lugar que da al río y no se ve desde el camino. Hay montículos de tierra (albardones). A unos cien metros o menos, divisamos otra pareja. Sacó un “papel” y se dio un saque. Me invitó a que hiciera lo mismo. Rechacé la oferta. Al rato parecía otro. Pareció disfrutar bastante. Luego se acomodó indicándome que era mi turno. Lo penetré y gemía como un niño. Se lo notaba casi más a gusto. Finalizamos.  Esperamos unos minutos tirados sobre el pasto, hablando no sé de qué. Ya no era el mismo. Sonaba incoherente. Quería repetir la última parte.

Saqué un pañuelo y lo mojé en el río.

No era fácil llegar hasta el agua por el declive. Me limpié como pude. Usé la luz de la linterna del celu. El tipo había pagado con anticipación, no se me ocurrió que podría hacerse el vivo. Caminamos hacia el vehículo.  Mientras intentábamos pasar el borde de tierra sentí un muy fuerte golpe de atrás que me acostó. Y otro. Y otro. Casi todos en la cara. No entendía lo que pasaba. Como adormecido observé que estaba metiendo la mano en mi riñonera.  Lo putié e intenté pegarle. Me inmovilizó los brazos.  Alcancé a ver que me sacaba toda la plata. Había sido una noche de bastante laburo. Me pateó entre el estómago y las costillas. Manoteó el celular y salió disparando… Sentí que cerraba la puerta de su auto y se alejaba. Como pude, también trepé hasta llegar al pavimento, caminé unos metros y, primero me arrojé al suelo como para recuperar la respiración. luego me senté entre los yuyos de la orilla porque tragaba mucha sangre. Me asusté cuando una luz fuerte se detuvo cerca de mí, pegué un salto. Pensé que era la cana (cosa que me dio más miedo) o nuevamente él. No… era… y por suerte- señaló a Manuel. Aquí estoy…

– Lo habías visto alguna vez al cliente? Insistió

-Nunca, es mucha la gente que va y viene. Somos bastantes las chicas. Estas situaciones de tipos que buscan otro rol son muy frecuentes. Lo mismo que los que se drogan. Tan notorio como el crecimiento de la violencia. Pregunten los quilombos que se arman en los moteles.  Se que algunas llevan cosas para defenderse… Lo peor es saber que no podés denunciar que te afanaron el teléfono o la plata. Que te golpearon… Cuando los milicos te preguntan ¿y usted que hacía allí? se te acaba el repertorio… quedamos muy expuestas…

– ¿Son muchos los travestis – lo preguntó con cierta incomodidad- ella sonrió…

Tanto como las mujeres que laburan… nos cuidamos entre nosotros, pero eso no te asegura nada. Estás sola con un cliente que no conocés. Muchos llegan drogados y otros tantos quieren sentirse mujeres por un rato…”

Terminó la cerveza. No parecía la misma. Se había desahogado. Lo miró a Manuel y en evidente agradecimiento le soltó olvidándose del mal momento…” ¿Me llevás Manuel…? necesito estar con alguien que después de la biaba me haga sentir tranquila un rato…”

Manuel caminó hacia su auto y se puteó solo… Los compañeros de mesa no disimularon la risa. Recordó aquel dicho de que “el comedido siempre saca la peor parte”. Sería difícil, al otro día, explicar a los amigos el incierto final … muy complejo … Pero, igualmente como un buen caballero, accedió a la petición de hacer de chofer… Bhue ¿solo chofer?

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