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Miguel Andreis

Navegantes. No hagan olas.

Escribe: Raquel Baratelli.

En esta flota medio a la deriva en la que navegamos todos, en medio de un mar eternamente turbulento con olas cada vez más altas, los miembros de la tripulación andan como bola sin manija tratando de adivinar la ruta en la neblina, mientras cada timonel tira para su lado sin comprender a fondo el  comportamiento de la marea; la incertidumbre de no ver con claridad para adelante, con un horizonte cada vez más lejano; la inminente rebelión de los pasajeros, el mareo generalizado y la amenaza de amotinamiento de los tripulantes que no reconocen quien es el capitán del barco; con piratas acechando, los motores dañados, avanzando a duras penas y a media máquina, una vez más nos vemos empujados a buscar los remos. 

Hace más de  dos siglos, tras tiempos violentos de consensos dispares entre capitanes, marineros, tripulantes y pasajeros desorientados, esta flota soltó amarras siguiendo las nuevas olas de libertad e independencia del momento, emprendiendo un prometedor  viaje hacia el futuro. Pasaron tiempos fluctuantes entre  oscuras tormentas, grandes oleajes y mares calmos, que signaron su variable ir y venir. 

Esquivando piratas o tranzando con ellos, combatiendo motines, soltando amarras, tirando salva vidas, cerrando velas, en busca de un buen puerto desde aquel memorable veinticinco de Mayo navegamos en distintos rumbos, incluso en círculos, pero manteniendo los navíos a flote a pesar de las inclemencias del tiempo, capitán tras capitán.      

Pero ¡será posible, viejo! que después de tantos años navegando, con  tanto desarrollo tecnológico,  habiendo cambiado mapas de papel y sextantes por GPS, cuántos buques de última generación dando vueltas por el mundo y nosotros  todavía navegando en carabela, con las velas zurcidas, rogando por buenos vientos,  con la nube negra siempre arriba, esperando que algún crucero nos rescate de este devenir sin rumbo cierto.

A estas alturas, el capitán de la flota anda con el agua al cuello, los timoneles siguen rumbos dispares.

Con pocos marineros confiables y demasiados capitanes pretendiendo dirigir la flota, la desconfianza de  los pasajeros crece a cada paso y la desazón generalizada está provocando que muchos opten por lanzarse a las aguas y nadar hacia otros rumbos. Mientras tanto, los marineros más nobles buscan los remos perdidos y algunos miembros de la tripulación tímidamente intentan levantar las anclas y enderezar el rumbo sin saber cuál será la dirección correcta.

En fin, parece que “no por mucho navegar se puede seguir flotando” y “quien mal navega mal acaba”… Navegantes  no hagan olas, se hacen tormentas en la mar y por más que sigamos remando así no podremos avanzar.

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