Escribe: Raquel Baratelli
Nada, nada queda del bosque nativo que fue, de los animales que lo poblaban, de las semillas que lo harían volver. Nada, nada, sólo desolación, cenizas y tierra muerta.
Agosto, viento, sequía, irresponsabilidad, desidia del estado, intereses económicos, delincuencia ambiental, resultantes en el verdadero infierno que hoy vive nuestra pequeña porción de bosque autóctono sobreviviente, a merced del fuego; un fuego que alguien prendió y no precisamente para huirle al frio del invierno. Nada de leyes, declaraciones de desastre ambiental, impuestos al fuego, denuncias, incendiarios imputados; nada que pueda volver atrás y restituir lo perdido. Cenizas hoy, inundación mañana. La estupidez humana en su mayor esplendor, hecha mezquindad, avaricia, ansias de riqueza, fuego. La desprotección de las áreas “protegidas” de ayer y de siempre son los cimientos de la desertificación inexorable de nuestra tierra, condenando el monte nativo y su biodiversidad a la extinción total. Nada, nada más que ecocidio será la marca que dejemos en las sierras para la posteridad.


