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Miguel Andreis

Mentes brillantes

Escribe: Raquel Baratelli.

Ni Gandhi ni Mandela, ni Einstein o Madame Curie,  los iluminados de hoy desfilan por las redes sociales, donde recogen adeptos y detractores, engrosan su fama y crecen de la nada misma alimentados por un emoticón. Youtubers, influencers, whatsappers, facebokers, tweeteres, youtubers tiktokers, winners sin rumbo, que creen que vivir en un celular está genial, que tener millones de seguidores que compartan, publiquen y viralicen sus gansadas, día tras día, minuto a minuto, es lo más; tipes, talentosos, algunos, que se desviven por ser originales y no caer en la desgracia de perder seguidores y quedar como  looser total. Catedráticos de la cotidianeidad cool, ejemplos para una vida superflua pero “plena y feliz”…En fin,  simples agentes de ventas, que hacen del marketing una forma de vida y del éxito una necesidad. Y acá estamos, viejo, de este lado de la pantalla, personas de todas las edades convertidas en seguidores, consumiendo mediocridades que nos van atrofiando la neurona de a poco; sin darnos cuenta caemos en el automatismo de clickear corazoncitos y likes que sólo sirven para aumentar el ego de los “…ers”. Y aunque a veces, pasando el dedo por la pantalla, podemos descubrir creatividades aisladas,  desplegadas en bailecitos, juegos y personajes surgidos sin pretensiones en lo más íntimo de los hogares, que dan rienda suelta a la diversión de entre casa, debemos saber que nuestros likes y reproducciones, lejos de favorecer el desarrollo del conocimiento y la ciencia, contribuyen a la expansión de una de las mayores estrategias globales de venta de la actualidad, brillante, sí, pero su luz es fugaz y encandila.

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