Ayer, 20 de agosto, el Rotary Club de Villa María Este, conmemoró sus 50 años de vida. Institución ésta, que, a lo largo de su existencia, mantuvo un compromiso social y ético, en el entramado del estar presente cuando la realidad y el lugar así se lo requieren. Actores silenciosos que conllevan el sentido del apoyo irrestricto hacia todos aquellos que atraviesen situaciones poco favorables. El hacer es su premisa más consolidada. La solidaridad, una conciencia multiplicada que jamás dejan de lado. Sus desafíos se podrían indicar por cientos. Miles. Siempre presentes. Inclaudicables. El entregarse sin esperar nada a cambio. Una probidad que no siempre es visibilizada por la sociedad. No es ese su objetivo. Sino entregarse, hasta que el logró se consolide como parte estructural del acto cotidiano, de una entrega sin tiempos ni especulaciones. Muchos son los nombres de los que por allí pasaron. Varios ya no están más, claro que dejaron su impronta y su recuerdo, y un legado indefinido, para los que tomaron la bandera de continuar en ese interminable y exponencial sentido de la importancia del otro. Del que precisa. Del que no pocas veces queda abandonado a una suerte esquiva. Allí aparecerá sigilosamente, la mano estirada de los rotarianos.
No es simple prodigar el tiempo, que a veces vuela demasiado rápido, en pos de un reto que permita mejorar la vida de cientos de personas. Además, saben que luego de tal iniciativa rápidamente vendrá otra y otra. Las carencias no comprenden de calendarios.
Es por ello que esta tradición, de hombres y mujeres, se vuelve tan imprescindible como entrañable y visceral. No disciernen en las concesiones a la hora de prodigarse en una lucha desigual, pero que fortalece las entrañas de la fraternidad. Les basta saber que, sobre todas las evaluaciones, siempre permanecerá inalterable el tácito convenio formativo, de estar persuadido que nada enaltece más que la solidaridad en la transparencia del hacer.
Felicitaciones y el sensible reconocimiento a todos los rotarianos.