Por: Miguel Andreis
Las medias, esas prendas que se nos suelen fugar… Los europeos, también los americanos del norte las llaman calcetines. Otros zoquetes… Que las denominen como quieran, lo que no puedo encontrar respuestas es el por qué tengo tantas medias sin compañeras. Sin su par.
Ignoro si se divorciaron y no avisaron; de lo que estoy seguro que en cada casa existe un duende dedicado nada más que a robar medias. Me pregunto a quién se las venderán o qué uso le darán. No descarto que los lavarropas modernos, esos que hacen de todo, se alimenten precisamente con estas prendas. Como detalle observen la cantidad de personas que andan con colores parecidos, pero no iguales. Cuando mi vieja se arreglaba con la tabla de lavar la ropa, usando esos panes de jabones blancos rectangulares. Jamás faltaba una. Buscabas en el cajón y allí estaban enroladitas como para hacer un picadito con pelotas de trapos.
La única pista que logré descifrar a lo largo de mi vida fue que un cachorro que encontré en la calle, dañino como pocos, las que le quedaban a tiro, las llevaba entre las calas del patio. Allí donde iba a parar toda el agua con jabón que se arrojaba. Claro que no fueron muchas las halladas. El duende que habita cada casa, seguro que es él, quien tal vez se alimente de medias, el responsable de las faltantes. Lo cierto es que no debe existir varón alguno que no haya perdido medias y obviamente recibiendo puteadas primero de la mamá y luego de la esposa… La incógnita sigue abierta. Observo el cajón donde desde hace años hay en un rincón una bolsa llena de medias individuales. Solas. Abandonadas. Sin su par. Divorciadas. Aburridas tal vez. Hace años alguien me contó que los judíos, que siempre piensan en todo compran todas blancas o negras, siempre tendrán para salir del paso. No sé qué espera mi señora para tirarlas a todas… No quiero hablar mucho del tema porque ella, ella no cree en los duendes…


