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Imagen de Miguel Andreis

Miguel Andreis

Los últimos días de la sátira argenta.

Entre víctimas y victimarios.

Escribe: Raquel Baratelli.

Acá andamos, viejo, saltando al compás del tamborileo de la política argenta, bailando el ritmo de la decadencia de un Estado que apenas se sostiene a pesar de la irresponsabilidad de los funcionarios que no hacen más que elucubrar cómo posicionarse mejor para las elecciones de 2023. De “rompe y raja” nos olvidamos de la economía y de la crisis fenomenal que amenaza con dejarnos en medio de la devastación absoluta, para sumergirnos con bombos y platillos en “la opereta” de la política, protagonizada por la vice y sus apariciones televisivas y “balcónicas”, el fiscal de “la causa de la obra pública” y sus exageradamente elocuentes alegatos acusatorios mediatizados, ambas sobreactuaciones que eclosionaron en  la aparición de los seguidores, personajes secundarios, aglutinados en la calle para animar a Cristina, ambientados en una  Recoleta semi vallada envuelta en un ir y venir de multitudes y cánticos. Coprotagonizada, en esporádicas apariciones, por un Presi desdibujado; por el  equipete de gobierno porteño, extras en formación, que  ante las cámaras de tv acompañan al jefe de gobierno, instando a la funcionaria a calmar las aguas; policías desorientados, desmanes y desmanejos, bayas si, bayas no; medios de comunicación partidarios y contras…

En fin, el grotesco hecho realidad, estimulando la explosión en las redes de todo tipo de memes y antagonismos, fogoneados por funcionarios oficialistas y anti oficialistas, periodistas y opinólogos. Amor y odio. Todo el ego en  la necesidad de armar quilombo, tanto bardo para medir fuerzas, unir a los propios, ahuyentar a los ajenos, dividir aguas, profundizando grietas insalvables… Y entre tanto, ¡BOOM!, el arma a centímetros de la cabeza de la Vice. El desmanejo puso de manifiesto la vulnerabilidad garrafal en la seguridad de la funcionaria y de rebote, de todos quienes la acompañaban y transitaban por la calle, la tragedia que podría haber sido casi precipitando el desenlace, todavía no escrito, de la obra teatral. Ficción o no ficción, sátira, opereta o comedia casi vuelta tragedia por la irrupción del odio.  Sorpresa, “actin”, verdad, mentira, las redes que explotan en una nueva catarata de pre juicios; crédulos, incrédulos, desconfiados, sínicos, oficialistas, anti oficialistas, “peronos”,” K”  y  gorilas, depositando dolor, bronca, desazón. Amor, odio.

El día después, más allá de la condena casi unánime  y de las marchas multitudinarias, poco y nada ha cambiado en los discursos, desde el pronunciamiento presidencial, el  feriado nacional cuestionado y las actitudes infantiles de algunos de los dirigentes políticos, los hechos dan muestra de una política desgastada, perdida a merced de la construcción permanente de subjetividades de dos bandos antagónicos que movilizan a los ciudadanos, en el mejor de los casos al descreimiento y en su mayoría a la división y la profundización de “la grieta”. Amor, odio.

A partir de este serio atentado a la democracia, en la figura de la vicepresidenta de la Nación, clímax indiscutido de esta obra de la política argenta, que ya va para saga, sería lógico esperar que acto tras acto los protagonismos individuales, exageradamente ególatras, vayan diluyéndose en coprotagonismos que propicien el descenso de los niveles de agresividad en los discursos, permitiendo una mayor participación de los actores de reparto, dando lugar a la actuación responsable de la justicia y la unificación de los distintos actos o capítulos en dirección a un desenlace que esquive la tragedia amor-odio, recuperando el sentido del diálogo y dejando atrás todo vestigio de fanatismos que amenazan con seguir dando giros inesperados a esta obra cúlmine de la “dramaturgia argenta” de la que todos somos parte.

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