CmWbsikUkAE5KDT
Imagen de Miguel Andreis

Miguel Andreis

Los “fabricantes” de dudas…

La duda. Pocas cosas se vuelven más fastidiosas, insidiosas o peligrosas que ella. Ignoro si el origen del vocablo es latín. Posiblemente sí o no. Dudo. Pienso en la mecánica de la duda. No se precisa de mucho. Solo un “actor” (o varios); una escenografía real o ficticia, algo que parezca coherente en lo dicho; alguien que la exprese como una verdad absoluta, y “ella” echará a rodar con mayor velocidad que cualquier “verdad”.

Escribe: Miguel Andreis.

No pocas veces observamos como las dudas se emparentan con la ignorancia, y no la ignorancia de la falta de formación e información. Todo lo contrario. La duda se multiplica desde la información. Y penetra en nosotros como un virus para el que no hay antídotos. Casi que culturalmente nos gusta. Ingresa sin importar edad, solo bastará tener apenas desarrollados los rasgos de la “razón”; tampoco importa el sexo, o el status social. La duda no solo destruye. Llega a mutilar. Sin embargo una de las premisas de algunos grandes comunicadores es: “siempre dudar”. Tal vez sería necesario preguntarse ¿dudar hasta dónde?  ¿Hay límites para la misma? La duda no da posibilidades. Gebeels, el alter ego de Adolf Hitler;  Quizás el pionero del marketing en la manipulación de la comunicación histórica de la humanidad, se adelantó años con el “Miente, miente que algo quedará”. Sembraba la duda. Sobre vertiente el actual gobierno puedo hablar y mucho.

Los griegos sostenían que “una de las principales funciones de la Justicia, era disipar las dudas”. (buen chiste)

Un abogado de nuestro medio especialista en divorcios explicaba que casi un tercio de los casos de separación tenían más que ver con dudas que con certezas sobre el accionar del cónyuge. En todo caso, las dudas oficiaban de disparador.

Villa María puso en escenas grandes dudas que trascendieron los tiempos.

Se abochornaron personas de la manera más inescrupulosa y cruel. Situaciones donde la razón no tenía ni el mínimo espacio. Pero se lastimaba de forma pasmosa. Como aquello de la chica que haciendo sexo oral le mordió el miembro un conocido de la villa. Jamás nadie pudo aportar el más mínimo indicio. El aludido no podía andar por la ciudad como dios lo trajo al mundo para demostrar que lo “corrido” pertenecía a la más absoluta falacia. Pero la duda quedó.  En otro se involucró a un farmacéutico en un acto de homosexualidad. Un tipo cabal, solidario, excelente en todos los órdenes. Alguien diría que un varón con todas las de la ley. Sin embargo la perversidad para generar las dudas no mide dimensiones ni consecuencias. La lógica indicaba que era imposible que la narrativa no fuera parte de la más patética y atroz inventiva.

El almacenero y la dama

Don José (aunque su nombre era otro) fue un conocido almacenero de nuestra villa hasta fines de los años setenta. Sus libretas y fiados se sumaban por centenas.  Don José o su esposa, gallegos guapos, a nadie decían que no. Fueron miles los platos que se llenaron con su generosidad. Pero la duda no duda cuando…

¿La mano o el codo?

Una siesta de verano, con poca gente transitando las veredas, Don José, con la puntualidad de siempre, levantó las cortinas de chapa. Empezó a repasar qué le faltaba para hacerle el pedido a Pierantonelli. Momento en el que llega una vecina, al que el barrio observaba  sin disimulos. Bellísima y de escultural cuerpo que no escatimaba en hacer resaltar. Por entonces el azúcar, fideos, yerba, etcétera, se acomodaba en grandes cajones de madera con divisiones y tapas en caída. Cuentan que la mujer, se ubicó frente a uno de ellos, se agachó, levantó la tapa e inclinó la cabeza para ver la variedad de fideos, cuando –siempre según dichos- sintió que una mano se metía hasta el sótano de sus humedades. Alguien más ingresó al negocio- Ella comenzó a gritar; a insultarlo…. Don José, paralizado y pálido explicaba que no la había tocado… La escultural se fue con el paquete y siguió insultando desde la puerta. La otra clienta con inusitada velocidad  no demoró demasiado en agregar más cosas de la que en realidad había visto que era nada.  Lo cierto es que Don José, que negó día y noche el hecho, pasó a formar parte de la duda social del barrio. Duda de la que no se regresa. Las opiniones de los clientes fueron diversas, pero privaron aquellas como: “vos nos vas más a lo de ese viejo degenerado”; “a un tipo como ese no hay que comprarle más”; “Ni que se cague le pagó lo que le debo… a cuántas le habrá hecho lo mismo”. La venta se le redujo a nada.

 No se despidió de nadie

Seis meses después. Absolutamente destruido moral y  económicamente a punto de quebrar, vendió lo poco que le quedaba del negocio. Con su familia emprendieron rumbo a Rosario.

 A un tramitador que oficiaba de abogado (sin título), y cobrador de  morosos empedernidos, le entregó  infinidad de libretas cargadas de cifras.  El recaudador  contó que entre esos cuardernillos de tapa dura,  estaba la de la mujer que dijo haber sido “manoseada”. Debía cinco meses…

Don José falleció en Rosario en los años ochenta, tenía noventa largos. Hasta el día de su muerte, juro y rejuró por hijos y nietos que él no la había tocado. Ya era tarde. La duda pudo más… Casi siempre gana… la duda vuela.  Aquella dama  escultural, se mudó de barrio. Vaya coincidencia, lo mismo vociferó de un carnicero al que le debía varios meses…

Nota: El hecho ocurrió.  Respetando la memoria del acusado y de la mujer involucrada reservarnos el nombre real y el barrio. Tal vez aquella manoseada nunca existió o sí… Pero claro, ni este papel ni esta tinta podrán cambiar el relato social, y mucho menos acercarnos a la verdadera historia. Seguiremos con la duda…

Compartí este articulo