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Miguel Andreis

Los dálmatas del Padre Hugo…

Escribe: Miguel Andreis.

Hace unos años en la ciudad de Rosario, se hizo un trabajo de investigación sobre una curiosidad que estaba sucediendo en una importante galería céntrica. Extrañamente, ingresaban al lugar perros (cosa que está prohibida) y, llamativamente se sucedieron varios casos de canes que se arrojaron desde un tercer piso. Todos murieron en el acto.

Se llamó a científicos de varias especialidades. Entre ellos cinólogos (técnicos en conductas caninas) en el intento de conocer que había en dicho lugar que los atraía y llevaba a tomar las fatales decisiones. No hubo, desde lo experimentado nada en concreto. Todo pasó al olvido y ese espació quedó anulado. No faltó quien sostuvo que fue un área elegido por los cánidos para suicidarse.

Mas cerca en el tiempo, algo similar aconteció con un viejo Daschound en el barrio San Vicente de Córdoba, sobre la avenida que atraviesa la Terminal de Ómnibus. El dueño del salchicha estaba viviendo sus últimos minutos. Agonizaba.

El “Petiso” como le llamaban al ya canoso y desgastado cuzco, no se había separado de la cama de su amo por días. Los familiares también rodeaban el aposento. Faltaban pocas horas para el mediodía cuando la respiración de don Guillermo cambió hasta deshacerse. Rápidamente el perro, con una década y media de vida, con enorme dificultad, trepo y se puso cara a cara con su dueño y comenzó a lamerlo con desesperación. Uno de los hijos, extrañado, intentó bajarlo. Gruñó, cosa que jamás había hecho.

Con enorme inconveniente y con un extraño aullido bajó del lecho y estiro su visceral grito para luego, lentamente, encaminarse hacia al zaguán que daba a la calle. Gemía y giraba la cabeza. Se puso al borde de la vereda. Por allí pasaban los camiones que venían del Molino Minetti. Cuando el verde del semáforo le dio paso al pesado vehículo, se arrojó debajo de las ruedas traseras. En el velatorio de don Guillermo todos hablaban del suicidio del viejo salchicha. Del “petiso” incondicional.

Al conocer el hecho, desde entonces me pregunto si los perros son capaces de suicidarse. Ninguna respuesta encaja. Sí, miles de historias de hechos icónicos que tampoco logran una explicación convincente sobre a lo que llega la lealtad de estos animales. ¿Se puede hablar de que desarrollan lo que llaman presentimiento?

Una incógnita sin tiempos …

En el curso de esta semana, el Dr. Jorge Valinotto, uno de los columnistas de FM La Cúpula (102.9), se encontraba narrando anécdotas del Padre Hugo Salvato, con quien él tenía una estrecha y de años amistad. Sin dudas que el Padre Hugo fue uno de los seres más queridos y respetados de ambas villas. Jorge, al aire, describió un hecho que nos conmovió a todos.

Comentó que “estando ya en coma el comprometido sacerdote, en el sanatorio lo rodeábamos no muchos, entre otros se encontraba el Obispo Rodríguez, uno o dos curas más y, seguramente me olvido de alguien. Al cortarse el jesuita italiano, el obispo nos pide que vayamos hasta donde vivía Hugo y armáramos la Capilla ardiente. Es lo que el mismo religioso denominó “La comunidad joven para la gran comunidad” Ya tenían el permiso para que fuese sepultado en dicha institución religiosa.

El padre que amaba los perros con un afecto notoriamente dimensionado, tenía dos dálmatas que no se despegaban de él. Siempre a su lado. Entramos sin problemas y ellos nos seguían. Podría decirse como presagiando algo. Algo.  Minutos después llega la ambulancia de la empresa funeraria con el féretro y el cuerpo del misionero. Algo sin explicación nos conmovió a todos.  Nos paralizamos con gritos del llanto y aullidos desgarradores de los perros. Era enternecedor e inquietante la vez. Estremecía. Ellos no podían saber que adentro estaba su compañero incondicional, de ninguna manera, sin embargo, el llanto de ambos canes nos vibraba y aceleraba los latidos. Jamás olvidaré esos gritos”

“No sé si alguien se los llevó o que fue de ellos – continuó-, lo que sé, es que quienes vivimos esos momentos jamás lo olvidaremos… gritos lastimosos y plañideros que de solo recordarlos se vuelven alucinantes. Sigo preguntándome…” Se le quebró la voz al abogado.

“Se vuelve difícil explicar cómo los dálmatas, con el cajón cerrado supieron que allí adentro, en esas maderas se iba el ser más querido que esos manchados pudieron tener en su vida… Tampoco nosotros lo olvidaremos a Hugo, ni a sus perros de llantos tan profundos como indescifrables…    ¿Cómo supieron que adentro de ese ataúd estaba el amo a quien le eran incondicionales, cómo?…”

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