A la cazuela.
Escribe: Raquel Baratelli.
Licuaron a los jubilados, cocinaron los ñoquis, frezaron las universidades, metieron en el horno a docentes y trabajadores de la salud, mientras congelaron sueldos de otros tantos; derritieron comedores y merenderos; leudan y leudan las tarifas, se evapora la actividad económica, los funcionarios y legisladores están en su clásico estado gaseoso.
Así las cosas, chicos, los ánimos de la calle hierven.
Está claro que el horno no está para bollos, sin embargo, parece que nuestro primer mandatario no hace otra cosa que echar leña al fuego, al tiempo que cuecen Abas en el senado, las papas queman en diputados, los gremios de incendio en incendio y todavía no aparecen los matafuegos.
En este guiso argento en el que siempre faltan ingredientes, los condimentos sobran, los cocineros son muchos pero el chef en jefe es quien decide las proporciones, el cuándo y el cómo.
Por ahora, los invitados al banquete siguen siendo los mismos de siempre y al “ciudadano de a pie” no le queda otra más que andar olisqueando el aroma que se evapora de la olla, esperando llegar aunque sea a rasparla. El problema está en que el horno es a gas y aunque lo carguen con leña, no va a funcionar y como se dijo, los bollos no van a entrar.
La licuadora ya no da más, los ñoquis quedaron reservados y entre derretimientos de acá, congelados de allá habrá que dar más tiempo a la cocción de la salsa. Habrá que cocinar más Abas en diputados, de las papas que se encarguen los del senado, mientras que los gremios se ocupen del enfriamiento de los horneados; ojo con los cocineros retobados que el chef en jefe sufre de ansiedad y los va a frezar; ahí sí que no hay tu tía, viejo, no comeremos ni guiso, ni papas, no habrá ñoquis del 29, ni salsa criolla, ni Abas crudas, los invitados al banquete sólo comerán bollos sacados de una olla a presión.
En fin, seguirá la motosierra y a la cocina se la llevará puesta la topadora. Bon appétit.