“Fines de los años 90. Un hombre de seducción mayúscula. En su memoria rescatamos esta entrevista (por entonces para El Diario), en lo personal, fue un acto que no olvidaré jamás…”
Facundo (63), aunque su rostro cubierto por anteojos (quedó ciego en varias oportunidades) aparenta menos edad. De sutil humor, reflexivo y exageradamente extrovertido, se define. Polémico y controvertido. Sus manos cubiertas por guantes de cuero porque su cuerpo está en una permanente hipotermia -menor temperatura-. Cantautor que recorrió 165 países y se enorgullece de su amistad con la desaparecida Madre Teresa de Calcuta. Autista hasta los siete años. Encarcelado y torturado. La picana le llevó uno de sus testículos. En el `85, por un tumor le daban tres meses de vida. Llegó tarde al avión donde viajaban su mujer y su hija. La aeronave minutos después se estrellaba y ambas perdían la vida. Cuatro, de sus siete hermanos, fallecieron de hambre y frío. Siendo un niño se animó a hablar con Perón para pedirle un trabajo para su madre. Y en cada frase que moviliza el pensamiento, el humor está presente ‘el hombre no puede vivir sin humor’ asevera. Lo más peligroso es llevar una existencia cargada de odio. Anarquista filosóficamente. No oculta su admiración por Bakunin, Ceferino di Giovanni, Malatestta o Sacco y Vanzetti. Habla de todos y de todo, entre sus múltiples conceptos sostiene que ‘somos un pueblo cansado sin saber de qué…’
Antes de que la sala del Teatro Verdi se colmara de personas de todas las edades, Facundo Cabral dialogó con quien suscribe en su visita al campus de la UNVM. Uno de los entes organizadores, conjuntamente con Musicalísimo Producciones. Hacía 36 años de su último paso por Villa María, su primera visita bajo otro nombre (El Indio Gasparino).
De mi primera visita a Villa María hasta ahora sólo llevo los mismos huesos
«En esta ciudad estuve hace mucho tiempo -le ayudamos a recordar que fue en 1964, en Ronda Juvenil- creo que vine con el nombre de indio Gasparino. En realidad, canté con tantos nombres que hasta perdí la cuenta. En Mar del Plata, solamente, llegué a usar al mismo tiempo tres seudónimos distintos, en tres lugares diferentes y haciendo tres repertorios que nada tenían que ver uno con otro. Iba a una provincia y si en mi anterior puesta en escena algo anduvo mal me cambiada de nombre. Eran otros tiempos y he logrado, no para enorgullecerme, grabaciones con seis o siete nombres. Lo que sí recuerdo es que de las ciudades grandes de la provincia de Córdoba Villa María es la única a la que nunca más volví hasta ahora».
No creo en la cantidad sino en la calidad
Cuando se sienta frente al grabador sostiene que «tengo la suerte de ser lo suficientemente conocido como para darme el lujo de vivir de esto y de lo que amo. Y no tan conocido como para no vivir en paz. Tuve una época, como lo fue el regreso de la democracia, donde lo mío, mediáticamente, fue muy fuerte y no fue una buena experiencia. Ya hubo quien dijo que cualquiera puede ser famoso, aunque sea por quince minutos. Una cosa es ser famoso y otra tener el respeto de la gente. Prefiero el respeto de aquéllos a quienes les interesa lo mío a lo que se puede entender como la adhesión unánime porque sí. No creo en la cantidad sino en la calidad. Toda mi vida luché para eso, al menos desde que descubrí los valores del ser. No soy el que vino a Villa María en el ’64.
Me enamoré de esto, la posibilidad de conectarme con el público, unos cuantos años después. Recién en el ’65 comencé a sospechar qué era lo que quería hacer. Pero también me confundí y terminé haciendo una cosa bastante política»
¿Y eso qué tiene de malo si es genuino?
«Es que no soy un tipo que tenga mucha confianza en la política como se lleva a cabo en el mundo. Más bien se establece e impone con una gran confusión y los países que funcionan no lo hacen por los políticos, salvo cuando hay estadistas notables. Pero en general son el capital, la entidad privada, las universidades o las fábricas los que dictan las reglas»
Políticamente, ¿cómo te definirías?
«En realidad soy anarquista, creo en los gobiernos en esencia de la gente por lo tanto el Estado no es una figura simpática, desde ningún lado. Amé a Bakunin, que tal vez hubiera cambiado algo su visión en estos tiempos. Vengo influenciado por Prudón quien dice ‘que toda propiedad es robo’. Emma Goldman, Malatestta, Severino de Giovanni. Me apasioné con la vida de Sacco y Vanzetti. He llegado a ser una persona muy violenta a nivel intelectual, no físico. Claro que no sé si es menor o menos riesgoso ese tipo de violencia. Continúo creyendo firmemente en el individuo. Por eso de tan anarquista termino siendo un recontra liberal. No el liberal que se entiende en nuestro país. Sino el liberal de la libertad que no explota. Yo creo en el uno no en la cantidad. Me gusta arreglar mis cuentas contigo, con cada uno y no fue tan mal viviendo de tal manera. Es decir…»
¿Qué disparadores conformaron al hombre distinto?
«En el ’72 llegó la gran sorpresa para mí cuando arribé a Europa. Ahí empecé a aclarar un poco los puntos conmigo. Descubrí que era un animal, un bicho fundamentalmente intelectual que estaba montado, pero de paso, sobre la música popular donde casi que era un extranjero sobre ella. Había crecido mucho y sentía que se me había quedado muy abajo la canción. Los mensajes de éstas. Eso me permitió observar que muchos de los que acudían a mis presentaciones lo hacían para escuchar lo que decía, lo que contaba, no lo que cantaba. Cualquier día podría dejar la guitarra y seguir trabajando, lo que no puedo abandonar es la palabra. Descubrí que la palabra es el medio»
Sin embargó siempre contás de un aspecto esencialmente disparador.
«Así es. Recorrí 165 países del mundo. Algunos caminados más minuciosamente que otros, pero de todos me traje y llevo algo.
Entre los aspectos que revolucionaron mi vida, fue por el ’74, cuando conocí dos puntas increíbles de la humanidad.
Hasta ese momento me había ido muy bien en Europa y en América Latina, de México para abajo. Precisamente en dicho año llego a Estados Unidos y conozco el otro rostro de esa nación, el de las universidades jóvenes, de los profesores muy idealistas. Hallé un Estados Unidos que no era el que yo sospechaba. Y lo otro fue la India, que se transformó en la bofetada más grande que hasta el momento había recibido. A partir de ese momento empieza a aflorar algo mío que hasta entonces sólo le había prestado atención en la teoría: descubrir la vida espiritual»
¿Cuál se instala con más fuerza en tu interior?
«Si tuviera que elegir, aunque no tengo que elegir, sin ninguna duda lo de la India. La experiencia más relevante de mi existencia la establecí al conocer a un ser humano maravilloso de quien tuve la suerte de ser muy amigo, es más, ella me decía ‘colega’: la Madre Teresa de Calcuta. Allí descubrí lo que es bañar leprosos y puede sonar a golpe bajo, no lo hice porque soy una buena persona ni mucho menos. Fue un gran ‘negocio’, en el mejor sentido de la palabra, para mi vida. Desde aquel instante ya no soy el mismo frente a mí en el espejo. O en el silencio y la soledad como lo era antes. Se lo agradeceré hasta el último estertor de mi existencia. Si todavía por entonces tenía algún pajarito en la cabeza me lo bajó la miseria de ese lugar y la grandeza de esa persona»
Desde la cultura occidental nos cuesta asociar sabiduría con miseria
«Claro que nos cuesta. Sin embargo, la miseria y la sabiduría en la India están muy cerca. Es imposible llegar a los grandes maestros si no pasás por la gran miseria.
El dolor puede ser un maestro extraordinario si vos sos fuerte, si sos un necio tal vez no te banques ni el frío.
Mi madre sola con siete hijos se pasó ocho años en la intemperie. Cuatro de ellos murieron de hambre y frío. Y ella seguía caminando buscando la tierra prometida. Yo me crié en la miseria y la conozco muy bien. Teníamos tan poco que nosotros envidiábamos a los pobres. Sacábamos de la basura o robábamos para poder comer. Además, yo la pagué bastante caro, fui analfabeto hasta los 14 años. Estaba lleno de odio. Me salvó un cura jesuita en un instituto de menores, que en realidad era una cárcel, y que me enseñó a leer y escribir. Estaba en una biblioteca, rodeados de libros que para mí eran mudos. Pero comenzó a despertarse la curiosidad. Los jesuitas son los cristianos más abiertos intelectualmente de todas las órdenes.
Para algunos médicos yo era un autista, ya que no hablaba y me internaron a los cinco o seis años y le dijeron que no esperara mucho de mí. No podía o no quería conectarme con el exterior. La miseria y la sabiduría se tocan…»
¿Algo en especial que despertara a ese chico dormido?
«Algo habría. Creo que están los genes. Muchos años después, más precisamente a los 46, conocí a mi padre que era un gran intelectual. Él se había ido antes de que yo naciera. Fui a su biblioteca y todos los autores que él tenía yo los había leído. Venía detrás suyo como una especie de continuación. Tengo la letra idéntica a la de él. Gustos muy similares, excepto en la ropa y en el trato con la gente. Un tipo muy parco y raro. Era capaz de pedir un vaso de vino por escrito para no hablar. Yo soy extrovertido»
¿Qué te significó ese encuentro?
«Una gran cosa, fue el último enemigo que me quedaba. Sentí mucha liviandad. Y me dije pensar que por este pequeño hombre yo perdí tantos años de mi vida odiando. El gran hallazgo fue descubrir que no había más enemigos. Había odiado mucho y eso es desgastante, no es aconsejable. Siempre es mejor poner el fervor en las pocas cosas que te puedan gustar. Valorizar la belleza interior y exterior de las personas y las cosas te ayudan a crecer. Lo demás te empequeñece».
¿La niñez fue lo más duro?
«No lo creo. Siempre fue dura mi vida, lo sigue siendo. Pasa que ahora estoy tan entrenado que sé que es como es. Antes la discutía. Uno puede discutir, con cualquier persona, el Papa, el presidente de Cuba o Maradona, pero a la vida no la discuto más. Estoy muy entregado a ella. Una sola vez hice una pareja en serio y tuvimos una hija. Por el ’78 ambas murieron en un accidente de aviación. Lo teníamos que tomar los tres y se atrasó mi conexión. Partieron ellas, yo llegué tarde al aeropuerto.
Tengo 14 operaciones en los últimos 13 años. Los médicos en el ’85 me daban tres meses de vida. Quedé ciego tres veces, paralítico cinco. Aprendí que ésos no son problemas, son lecciones. Eso me lo enseñó Teresa, con quien viajé mucho. Me hice fuerte psicológica y espiritualmente. Mantengo mi físico con una gran conducta. Me cuesta mucho vivir, no me puedo dar el lujo a veces de sacarme los guantes. En no pocas ocasiones debo acostarme vestido, salvo que haya muy buena calefacción. Estoy muy débil de cuerpo y es el único que tengo. A mí no me golpea un cambio de gobierno o un tumor o una pareja que se hundió o la pérdida de un hijo. Aprendí a vivir con eso»
¿Los argentinos hemos aprendido algo destacable en los últimos 30 años?
«No. Al contrario. Lo venía pensando en el reciente viaje, pero no observo que hayamos avanzado. Sigue la misma gente en la política, la economía continúa siendo manejada por los de siempre, los periódicos conceptualmente no variaron. La cultura estancada, salvo hechos puntuales.
Veo que el argentino está como rendido. Diría que casi todo el mundo se levantó, se puso de pie y está caminando, naciones que han pasado guerras civiles increíbles y acá me encuentro con gente cansada de nada. No se puede justificar que esté cansada. A este suelo no le pasaron las peores cosas, todo lo contrario. No tuvo 6 millones de judíos muertos por un tipo que se le piantó el balero. Nunca tuvimos nada similar a Vietnam, y mucho menos cerca del hambre de la India ni Haití. Siempre exhibimos un muy buen nivel intelectual. Pero veo a un pueblo cansado y aún no entró en batalla. Cansado no sé de qué*».
Tampoco se puede olvidar en el análisis que en este país desaparecieron 30 mil personas ¿Eso no ejerce su influencia?
«Pero siempre fue igual el modo en que arrastramos el cansancio o la indiferencia. A mí me pusieron 14 veces la picana eléctrica en los testículos, me detuvieron 87 veces, mataron a tipos por ser amigos míos. Creo que lo que no se puede hacer es justificar.
Más aún, si hay responsables y tenemos en claro que esos tipos, llámese Videla, Massera, Menéndez o cualquiera de los otros asesinos, son los genocidas con pruebas de sobra por qué el pueblo acepta que se los indulte. La gente deja hacer. Lo peor es que están libres, aunque digan que cumplen prisión domiciliaria. Somos un país que se ha pasado tirando la pelota a la tribuna. No se participa, dejan hacer».
Somos un país rico habitado por pobres
«Veo una sociedad con una gran desesperanza y no sé de qué. La vida se hace trabajando. Mi madre solía decir que queremos vivir como los norteamericanos, pero sin trabajar como los japoneses. Siempre Boca, siempre River, nunca hay cambios. Te llevás para la mona en tu matrimonio, pero como te quedan nada más que treinta años nadie toma la determinación de vivir por su cuenta.
Si no entendemos que es imprescindible cambiar, seguiremos dispuestos a continuar vencidos. Somos un país rico habitados por pobres. Tenemos absolutamente todo para hacer, menos las ganas y las fuerzas. Lo peor, se deja que se hagan las cosas mal. Lo vemos en la música, en la televisión o en cualquier lado. La mediocridad domina»
«Siendo muy chico me fui a pie a Buenos Aires. Demoré tres meses y medio. La meta era hablar con Juan Domingo Perón, lo logré. La intención era pedirle trabajo para mi madre. A ella que era analfabeta le dieron para que cuidara una escuela en el sur. Ahí vivimos un tiempo»
«Favaloro es una metáfora fantástica, se quedó solo. Hay una especie de suicidio instalado entre los mejores»
¿Me está diciendo que los mejores se suicidan? ¿Los pueblos pueden salvarse desde el suicidio?
«No. Todo lo contrario. Digo que Favaloro apareció como que se quedó solo en la lucha. Mi expresión es una metáfora para los de afuera. Comparto que los pueblos no se salvan desde el suicidio. Muchos de mis mejores amigos, grandes talentosos, se suicidaron o se fueron a los países desarrollados. Somos una nación que podemos entrar al primer mundo cuando se nos ocurra. Un americano del norte no tiene más información que un argentino, diría que lo contrario. Tampoco mejor formación. Sin embargo, nos quedamos con la picardía, no con lo que nos sirve para crecer. Supongo que Favaloro se sintió en soledad y eso es porque somos una sociedad sin reglas donde vale todo, y donde vale todo no vale nada y entonces hay personas que no encuentran su lugar.
El sistema hace que los peores vayan ganando la batalla. Esta sociedad alberga al peor. Si quería vivir con lo peor lo consiguió.
La apuesta, entiendo, es siempre la vida, nada es más importante que la vida misma y las adversidades siempre son lecciones»