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Miguel Andreis

¿¡¡Está mal tomarse venganza!!?

No soy un tipo rencoroso. Nunca lo fui. Al menos eso es lo que creo o creí. Siempre, es inexorable e inevitable que cada quién tenga a quien odiar o, en todos casos no querer. A lo largo de mi existencia, 60 camino a los 70, he observado conductas no pocas veces inapropiadas. El rencor es para el tango decía un amigo, mientras le orinaba los zapatos a la suegra. O para aquellos que aborrecen casi en forma enfermiza. No es un sentimiento fácil de manejar. En ocasiones, pienso la cantidad de personas que son detestadas, despreciadas y no lo saben.  Por ejemplo, mujeres y hombres, cuya pareja, alguna vez imaginó algo absolutamente lo más alejado de la realidad, una relación oculta con un tipo o una chica, que nada que ver, pero se volvió suficiente para que ella o él, hayan puesto en acción uno de los más desagradables sentimientos, como los celos y dejado que su desconfianza volara hasta ubicarse en las entrañas de la aversión. “A ese o esa guacha hay que reventarlos”. Suele murmurarse en baja voz. Producto de la resentida condena. La suspicacia degrada la razón. Desprecia. Rechaza. El “imputado/a” nunca sabe el por qué, tal o cual persona, jamás lo/la saludó o, hasta se enteró de comentarios pocos favorables hacia él/ ella. Presiente una aversión, aunque ignora los motivos. Su imaginación les da dimensión a las pasiones que ni cerca estuvieron de hacerse realidad.

El Chueco Lorissa, amigo de años, pasa por esa situación, solo que por otro motivo. Me lo cuenta sin pudor alguno. Está convencido que, si el rencor justifica la venganza, nunca puede ser vergonzosa. “No será heroica pero sí necesaria” afirma.

“El rencor y el odio son primos hermanos. El rencor siempre busca un tiempo de revancha. Tienen parte del mismo ADN, pero no son iguales” sentencia.

En mi interior intento convencerme que vivo sin esas pesadumbres… ¿¡¡Nada de rencor!!? Uhmm. Comienzo a dudarlo. El Chueco alude a algo de la lógica. Conozco esa historia…

Me explica los por qué, de su decisión.  Lo otro ya lo sé. Mientras regresamos de caminar por la costanera me cuenta; “Esta mañana me fui a inscribir a un gimnasio de King Boxing, que están a punto de abrir. Al frente de la terminal de ómnibus”. Preguntó que lo movilizó a esta altura de su vida. paso la mitad de los sesenta. “Ojo – tiro en palabras- a esta altura de tu vida, comenzar con la práctica de dicha actividad no es simple. Mucho esfuerzo físico y psíquico. No es fácil bancarse las piñas y menos las patadas. Duelen el doble”.

Movió la cabeza de un lado a otro. “No me importa, tengo razones. ¿Vos te acordás cuando íbamos a sexto grado de la Escuela Agustín Álvarez, me agarré a piñas con el Chino Maldonado, dos años mayor que yo? Era picante el guacho. Pegaba fuertísimo. Me desarmó, pero, lo peor, es que allí estaba la piba con la que salíamos. Todo el mundo se me cagó de risa y ella, de quien estaba totalmente enamorado y nunca la olvidé, me dejó por vergüenza”

Continuó sin cortar el relato “Faltaban pocos meses para terminar las clases, en los recreos me cuidé de estar lo más lejos posible del morocho. ¡¡Por las dudas!  Finalizamos la primaria, también la secundaria, pero no en la misma escuela. No nos saludábamos nunca más.  Años después, nos encontramos en un partido de fútbol, de contrabarrios, en la inexpugnable cancha de los eucaliptus, en el Chaco Chico, para los que él jugaba. Lugar jodido si los había. Crucé una pierna fuerte, sentí el gemido y los tapones que se le hundían en la gamba, sonido que llegó tan rápido como la piña que me clavó en la nariz. Intenté algún grado de defensa.  Grueso error, no solo que me había sacado aún más altura y ni hablar del ancho de brazos. Volví a cobrar mal. Siempre algo con ese negro me dio vueltas por la cabeza. No sabría expresar qué lo que era. No me dolía la cara, nada, me atormentaba la piba que todavía la veo y me imaginó una sonrisita… Lo que me daba vueltas interiormente lo supe hace poco… ¡¡Deseos de venganza!! Reventarle la cabeza a patadas”

¿Y vos crees que porqué vayas a aprender King Boxing, te vas tomar revancha? Mirá si te infla por tercera vez… 

Sonrió. “Apenas comenzó la pandemia lo vi que venía con muletas y una pierna tullida. Es la mía me dije, pero, por las dudas ni lo saludé. Estimo que, en tres o cuatro meses de darle duro al entrenamiento, estaré condiciones de cagarlo a trompadas. Ya me contaron que el movimiento de la gamba, que perdió en un accidente de moto, no lo recupera más. No tiene chances de volver a caminar”.  Agregó como una disculpa apócrifa “No soy rencoroso, pero claro que tengo unas ganas enormes de meterles tantas manos como las que me puso él…”

Te bandeaste hermano… ¡¡Pegarle a tu tipo ya grande, que arrastra una pierna, anda con muletas, que se mueve con mucha dificultad, no te va a devolver nada; mucho menos convertir en héroe!!

“A la mierda con lo que piensen los demás, que digan que soy un cobarde por pegarle a un inválido, cagón, lo que quieran, después de todo ¿Qué carajo tiene de malo ser rencoroso? 

Sinceró su necesidad de venganza. Su anti heroísmo “No quiero morirme ni que se muera sin antes desquitarme. Te juro, sueño con ese momento”

¿De qué sirve a esta altura tanto rencor?

“Vos sos boludo o te hacés. El rencor siempre es necesario. Todos lo tenemos. Dios no lo puso al pedo en nosotros. Nos ayuda a vivir, a estar incentivado… y haré lo posible para que aquella piba se entere…”

“¡Estás loco hermano…! Pensá, pensá un rato, ¡¡cómo creés que seguiría tu vida si por casualidad, con muletas, una pierna tullida, el tipo te vuelve a inflar a piñas!!

Hizo un silencio. Tal vez nunca lo pensó…  “Te juro, recontra juro, que si ahora, en el estado que está, me vuelve a reventar a trompadas, me cuelgo de las bolas del mástil de la plaza… con un cartelito que diga… “La venganza es buena, siempre y cuando la puedas cumplir” 

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