La complicidad tiránica en silencios multiplicados.
Escribe: Miguel Andreis.
Las primeras definiciones que llegaron sobre este misterioso y mítico ser fue, en principio, calificarlo como EL ABOMINABLE HOMBRE DE LAS NIEVES”.
Leyenda o realidad que lo ubican viviendo en las heladas cumbres del Tíbet o Nepal. Territorio inmenso donde la nieve se volvió savia de la tierra en esa imponente e indescifrable geografía. Infinidades son las teorías que sobre él o la misma se tejieron. Desde pisadas hasta fotos, relatos de haberlos observados – formato humanoide cubierto/a de una piel natural extremadamente lanuda tan, o más espesa que la de un oso. Casi dos metros de estatura y una fuerza tan descomunal que podía contra todas las adversidades y animales que enfrentaba. No faltan los lugareños o escaladores que aseguran haberlos tenido a no demasiada distancia. Imágenes algo borrosas serían uno de los tantos argumentos que se ponen sobre las mesas científicas. En ese marco, algunos de los investigadores avanzan en la afirmación no se trataría de un solo espécimen, sino de una comunidad.
La BBC de Londres salió en su búsqueda con varias expediciones. Pretendía una revelación con argumentos consistentes. Aseguran que tales investigaciones dieron un no muy trascendente número de pruebas a través del ADN de pieles halladas sobre tales seres. Siempre el misterio rodeándolos. Nadie en esas entrañables montañas asiáticas se atreve a negar su existencia. El temor o respeto sigue una línea directa a la historia de esos pueblos. Nunca se pudo comprobar si esa comunidad existe o no. O sí existió.
Lo cierto es que en Nepal o el Tíbet, epicentro de sus apariciones el Yeti es sumamente respetado. Huellas de enormes pies fueron fotografiadas y estudiadas durante siglos. Hasta se habrían recogidos restos de cuerpos de lo que se infiere eran yetis. ¿Masculinos o femeninos? Es que los tibetanos, en sus creencias legendarias hablan de una sociedad matriarcal. Las mujeres salían en busca de alimentos mientras el macho se quedaba al cuidado de las cavernas o hábitat. Ellas ejercían el poder. Ya en la historia de la humanidad hubo varias colectividades matriarcales. Aún en Latinoamérica.
En el pasado siglo fueron cientos los eruditos que se atrevieron a desafiar esas cumbres, no pocas veces mortales. Y allí quedaron. Entre los investigadores puede señalarse una comisión a cuyo frente se encontraba la bióloga norteamericana Charlotte Lindqvist. Sus conclusiones arrojaban datos que borraría todo misterio sobre él o la YETI, lo que arrastraría hacia la ruptura de las quimeras sobre tal celebridad. Por miles se vendieron libros y filmes sobre este espécimen. Novelas bellísimas. Atrapantes. Pruebas fehacientes, escasas.
El temor al poder que paraliza.
La verdad sobre los Yetis ha quedado irresuelta, lo que no sería ni dramático ni trágico. Solo inconclusa. Como atrapada en el tiempo. El fundamentalismo de los que aseguran su existencia es comparable a los que reniegan de lo mismo. Solo que unos, ejercen una violencia no siempre conocida en contra de los que la niegan. Y eso se vuelve casi comparable desde la dimensión de la tolerancia a lo que sucede en distintas culturas del mundo. Solo por citar un triste ejemplo, lo que acontece en la irascible Irán, con una gran parte de la sociedad de inconcebible fundamentalismo musulmán. Esta inequidad atravesada por el tiempo de los yetis, de donde no pueden salir, son parte de una de las tantas culturas violentas que todo lo soluciona con la muerte. Esto se observa en las erudiciones de algunas expresiones religiosas árabes, claro no solamente allí se sostiene la violencia extrema como medio de “convencimiento”. Horca u otro método mediante.
En una buena porción de países árabes, de algunos asiáticos van acentuando que el fundamentalismo religioso, demuestra que la influencia estricta sobre lo teológico, se ha estancado en su cultura como hace siglos. Claro, en otros continentes, los sistemas de dominación ya no necesitan del imperio creyente o adorador, el fanatismo étnico, la intransigencia y obstinación, simplemente apelan a la emoción (que como dice el tango) anula la razón.
Argentina lo está viviendo como en otras épocas de la historia, solo que ahora, a través de un deporte llamado fútbol. Uno de los pocos lugares donde la práctica de tan formidable disciplina, hace más de 10 años se practica profesionalmente sin la parcialidad visitante. Un claro ejemplo de la exponencial intolerancia. Algo así como enmarcarse dentro de la metáfora sobre la existencia del Yeti y congelarse en los tiempos.
Los Yetis como un estancamiento al pensamiento.
Se podría remarcar que por 1900, cuando la versión no solo la de la existencia real o no del enorme humanoide, sino de la sexualidad del poder en esas comunidades comenzaba a debatirse en círculos científicos, o culturales de la alta sociedad, que, además atravesaba en los ámbitos populares, la mayoría de esas naciones de enormes persuasiones doctrinarias y que hasta ese momento no le molestaba en nada la existencia real del Yeti, impusieron pena de muerte a quién sostuviera que la dominación comunitaria pertenecía al género femenino. Que era matriarcal.
Poco han cambiado sobre tal aspecto de fanatismo, ya que los mismos guardan cierta identidad entre sí. Cierta complicidad de tolerancia.
Una porción interesante del mundo occidental, en especial los intérpretes de las clases dominantes que gestionan el poder resguardan relevantes y llamativas complicidades de silencio.
Nadie del fútbol movió un dedo.
Hace pocos días en Irán, una muestra espantosa de terrorismo de estado y criminalidad como amedrentamiento para someter, condenaron a la horca al futbolista Amir Nasr-Azadani (26) por apoyar la campaña por los derechos de las mujeres en dicho país. Y no aluden a una igualdad de géneros, sino apenas a que el uso del velo en el rostro en la vía pública no sea obligatorio… Apenas unas pocas organizaciones salieron a cuestionar tales determinaciones del Estado. Y con esa osadía al despotismo y opresión se atravesó el reciente mundial del fútbol. A Amir se lo castigaba por su “enemistad con Dios”.
Desde la Asociación de Futbolistas internacionales pidieron que se anule su ejecución. Irán ni siquiera parpadeó ante las tenues miradas divergentes. Los Yetis y su matriarcado no eran cosa del pasado. No lo pueden permitir ahora. Ningún país ni seleccionado alguno decidió retirarse en repudio a un acto de tanta barbarie. O sentarse en la cancha y no jugar. Se trata de un futbolista en pleno mundial. Obvio que en la larga lista hay directores de cine, artistas, etc.
Nadie habló. Nadie habla. La solidaridad fue y es una entelequia. El mundo invisibilizó los hechos tras este exponencial negocio del fútbol, ningún pueblo, ninguna selección, ningún líder, ninguno de los cinco millones que salimos a la calle a festejar (o a vandalizarnos), o los que quedamos adentro, festejando el logro del campeonato mundial, hicimos nada. Quizás no nos importó o nos inmovilizó el poder impune que maneja esa maravillosa pasión llamada fútbol. No reclamamos, tan solo eso, por aquellos condenados que fueron ejecutados, algo así como 314 solo en el 2021. Los que esperan, son más de cuarenta. Desconozco si el Yeti existió, o existe, si era varón o mujer, si alguna vez prevaleció esa sociedad matriarcal…
La Navidad como un contrasentido.
Sigo escribiendo y continúan llegándome salutaciones por la llegada de Navidad. Percibo tajos imaginarios en mi piel. Es un contrasentido. La palabra Messi es la más escrita, por lejos, en todos los idiomas.
Quiero convencerme que sí, los seres peludos de fuerza extraordinaria, habitaron este mundo, pero por sobre todo y ante tanta ignominia y perversidad asesina, que EL Yeti, era LA YETI y, tal vez, se trató de una sociedad matriarcal o no…
Nada cambia este escrito, apenas intenta ser un pequeño tributo a quienes se animaron a creer en los derechos que nos igualan… A seguir conceptuando que esos seres míticos, fueron más civilizados que nosotros. O en todo caso, mucho menos cobardes.


