Por: Raquel Baratelli
Después de tantos meses de pandemia, tantos infectados, muertos y sanados, tanto rebrote y asintomáticos, saltan a la vista las secuelas inevitables, tanto en la economía de los países, cuanto en la salud mental de las poblaciones, afectadas en su mayoría por la angustia y la desesperanza. Particularmente por estas latitudes, nadie escapa a las consecuencias de tan prolongada cuarentena, quien más quien menos, todos experimentamos diversos síntomas emocionales esperables en respuesta a la incertidumbre de no saber qué nos depara el futuro, miedo, vértigo, gastritis, ansiedad, desazón; barsitis (deseo irrefrenable de acudir a bares), ciclismosis o súbito interés en el ciclismo, caminatrosis o runtritis ( asociado a personas naturalmente sedentarias) entre otros … Pero últimamente los expertos dan cuenta de la aparición gradual de un nuevo síndrome febril asintomático, o sea sin aumento de la temperatura corporal, de circulación comunitaria, dado en llamar síndrome del “egoísmo –indolente- irresponsable”. Presente entre un gran número de individuos sanos, se caracteriza por la creciente necesidad de retobarse ante las normativas impartidas por la autoridad sanitaria, observándose síntomas tales como una verborragia virtual twitera compulsiva, una marcada involución a comportamientos adolescentes, en individuos adultos, y la compulsión a volcar pensamientos autodestructivos en las redes sociales con la única finalidad de obtener el mayor número de seguidores. Este mal se encuentra asociado al “síndrome de boludez atómica agravada por el vínculo con ancianos” y ataca principalmente a personas supuestamente sanas que circulan tosiendo a troche y moche desparramando irremediablemente su sonsera negadora por doquier. Lo más lamentable de este hallazgo es que aparentemente no sería prevenible, es muy contagioso y ni te digo si quien lo padece, además, es Covid positivo.


