La pérdida de la dimensión religiosa secular del peronismo y la asunción de la apoteosis del yo por parte del kirchnerismo ha conducido, entre otras cosas, a la disolución del movimiento.
Escribe: Carlos Daniel Lasa.
El peronismo es una religión. Su concepción filosófica sostiene que la historia siempre se dirige hacia lo mejor. Y esta dirección está señalada por un sujeto que, en sí, es un siendo y que, por lo tanto, se despliega en la historia en una suerte de acción inacabable.
Cada pueblo (manifestación particular de este sujeto universal) tiene una finalidad que le es propia. Cuando un hombre es capaz de sintonizar con dicha finalidad, en un momento determinado de la historia de ese pueblo, ese hombre se constituye, ipso facto, en líder.
Eso fue lo que sucedió con Perón en el año 1945. Conviene aclarar que este líder no es solo conductor de una parte del pueblo argentino, de un partido político, sino que es líder de toda la Nación.
En efecto, Perón, al hacer suyo el fin de la Nación Argentina en el tiempo histórico que le tocó vivir, se despersonalizó. Se hizo, de algún modo, ese Sujeto-Acto que gobierna la historia: se hizo todo, ha devenido universal.
Al respecto, Juan José Hernández Arregui expresa: “El gran caudillo representa el carácter nacional dominante (…) El personaje histórico no es más que la tendencia resaltante de su época” (“La formación de la conciencia nacional” (1930-1960). Bs. As., Ediciones Continente, 2014, 2ª reimpresión, p. 42).
Cuando la ineluctibilidad del progreso automático de la historia comienza a ser cuestionado, entre otras cosas, a causa de los males que le sobrevienen a la civilización occidental (guerras, desastres naturales, etc.), el dios inmanente, que ordena la historia siempre hacia lo mejor es abandonado.
Ciertamente que no se abandona la idea de progreso, pero este mejoramiento ya no será el producto de una Razón universal que gobierne a los pueblos (siempre) en dirección hacia lo mejor, sino el resultado del avance tecnocientífico, causado este por la mera acción humana.
UN DIOS INMANENTE
Es la posición de Hans Blumenberg para quien el progreso no tiene su fundamento ni en un Dios distinto del mundo, ni en un dios inmanente al mundo, sino en el desarrollo tecnocientífico producto de la pura acción del hombre.
Para Blumenberg, el concepto de progreso se sitúa dentro de la autoafirmación del hombre y tiene su base base empírica en las capacidades de prestación de un efectivo método científico.
Ahora bien, el dios inmanente de Giovanni Gentile, que Perón suscribe implícitamente al otorgarle a la historia una finalidad inmanente (Cfr. Carlos Daniel Lasa. ¿Qué es el peronismo? Una mirada transpolítica. Salta, EUCASA, 2020, 2ª edición, Capítulo II, “Fatalismo histórico”, pp. 32-37), y cuya esencia es concebida como autoctisi -esto es, como creación de sí mismo, como libertad creadora absoluta- pasará a ser patrimonio del yo individual.
En esta apoteosis del yo no hay lugar, como en el fascismo o en el caso del mismo Perón, para la idea de un estado ético en el que cada ciudadano asuma como su fin más propio el fin de la misma Nación. No cabe la idea de pueblo, de nación. Solo quedará espacio para un individuo que, privado de toda universalidad, habrá de consumir su vida satisfaciendo sus deseos vitales, los cuales serán asegurados por el Estado mediante un ordenamiento jurídico “a la carta”.
VISION DE LA IZQUIERDA
La concepción que representa a ese yo individual y su mochila infinita de deseos es el liberalismo político-cultural. Por un lado, le asegurará a cada individuo el avance y la garantía ilimitada de los derechos; por el otro, la liberalización permanente de las costumbres.
Esta visión ha sido también asumida por la denominada izquierda. También por el kirchnerismo, que negando la religión secular propia del peronismo, ha terminado coincidiendo en este punto con el liberalismo político-cultural. Baste como ejemplo la legalización del aborto.
La misma fue promovida tanto por el kirchnerismo como por la izquierda, empleando, como una de sus tesis preferidas, un argumento que es uno de los pilares fundamentales del pensamiento liberal. Me estoy refiriendo a aquel principio liberal que sostiene que la soberanía de los individuos reposa, ante todo, sobre la propiedad que ellos tienen sobre sí mismos.
Crawford Brough Macpherson ha mostrado con claridad que el derecho a la propiedad, en la doctrina liberal, supone la propiedad de sí mismo (La théorie politique de l‘individualisme possessif: De Hobbes à Locke, Paris, Gallimard, 1971).
Los kirchneristas y la izquierda vernácula, en este sentido, convenían en el apotegma: “las mujeres son dueñas de sus propios cuerpos”.
VACIO EL PERONISMO
El kirchnerismo vació al peronismo de su visión mística, de su pasión por lo absoluto: lo despojó de su dimensión religiosa secular y lo convirtió en lo más cercano al ventilado liberalismo político-cultural de nuestros días. Lisa y llanamente, lo mató.
En realidad, con el kirchnerismo, se produjo la muerte definitiva de aquella concepción político-religiosa, propia del peronismo, dadora de militantes que bregaban para que la Nación, una, se enfilara detrás del líder que otorgaba al Estado un mismo pensar, un mismo querer y un mismo sentir.
La absoluta unicidad peronista, fruto de su visión religiosa inmanente, ha sido reemplazada por la más absoluta diversidad, fundada en una libertad individual creadora que pretende edificarse no a partir de algo o de alguien, sino sobre la nada misma. Este individuo, carente de todo deber, posee un derecho primario y fundamental que es el “derecho inalienable a tener derechos”.
La pérdida de la dimensión religiosa secular del peronismo y la asunción de la apoteosis del yo por parte del kirchnerismo ha conducido, entre otras cosas, a la disolución del movimiento.
En efecto, el peronismo había nacido -afirmación hecha por el mismo Perón- para liberar a la Argentina de sus enemigos y conducirla a la plena emancipación. Claro está que, para realizar esto, sus militantes debían tener en claro esa conciencia denominada “nacional” a partir de la cual se podía conocer el fin hacia el cual dirigirse.
CONCIENCIA NACIONAL
Y llego, por fin, al punto que me interesa. Para conocer el fin y poder detectar a sus enemigos, el militante debía tener un conocimiento muy acabado de la historia nacional. En efecto, ¿cómo formar una conciencia nacional careciendo de todo conocimiento histórico de la nación?
Al respecto, Hernández Arregui escribe: “La vocación por los estudios históricos es la primera en presentarse en los pueblos que luchan por su libertad. Prioridad que no es casual, pues las naciones beben en la propia historia los fundamentos de su derrotero” (Juan José Hernández Arregui. La formación de la conciencia nacional (1930-1960), op. cit., p. 41).
Esta vocación por la historia fue obliterada por el propio kirchnerismo. Asumiendo el liberalismo político-cultural, con su machacona agenda de género, y blandiendo su cultura de la cancelación, también dejó de yapa su propia neo-lengua.
Con la neo-lengua se oblitera toda posibilidad de acceder a nuestro pasado, tanto inmediato como mediato. Imponer el neolenguaje equivale a cancelar todo pasado histórico y a poder re-inventarlo (no revisarlo) de acuerdo con las exigencias de la ideología dominante: la de los derechos del único, esto es, del yo narcisista.
De este modo, se opera un vaciamiento de ideas que conduce a la existencia de una pseudo-militancia cuyos fines tienen que ver más con la satisfacción de los propios deseos que con aquellos ideales universales que perseguía el peronismo.
La lógica de la extracción operada para con el Estado por parte de muchos gobernantes que dicen ser peronistas da cuenta de la muerte de todo ideal compatible con una lógica de la dación.
El liberalismo político-cultural, así, no solo se ha engullido a la izquierda y a la ultraizquierda, como lo ha señalado, entre otros, Jean-Claude Michéa, sino que también se ha fagocitado al propio peronismo. Y este último parricidio vino de la mano de uno de sus hijos.
* Doctor en Filosofía de la Universidad Católica de Córdoba.