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Miguel Andreis

A Dios, gracias!

No todo es suerte en la vida

Escribe: Raquel Baratelli.

A ver, viejo, hay que ser agradecido y saber apreciar lo que se tiene. Mirá si de “rompe y raja” se termina el mundo y vos te quedaste sin saber disfrutar todo lo bueno que te tocó en suerte.

En este mundo moderno, en el que la realidad argenta no escapa a la desgracia y los pormenores de la actualidad te pueden llevar puesto, hay que entender que los buenos momentos pueden ser fugaces e irrepetibles.

Un encuentro entre amigos, una juntada familiar, un buen libro, un atardecer; un sin número de cielos y paisajes que ver; mil risas que compartir… en fin, la cosa es salirse de las necesidades impuestas, abstenerse de comprar la idea de que la felicidad está en el éxito, dejar de creer que todo lo bueno tiene un precio y que tenés que aspirar a tener todo.

Quedar atrapado en el consumismo per se, inventando la necesidad de tener el último celu, la mejor chata del mercado, comprar las zapatillas más cool y seguir comprando, te lleva indefectiblemente a  un sentimiento de insatisfacción permanente, que dista mucho de la  felicidad.

Cuando conseguiste el modelo más nuevo de lo que sea, ya salió otro  y después saldrá uno mejor, después vendrá otro más cheto y así sucesivamente.

El consumismo en el que las sociedades modernas están sumergidas hoy, nos está consumiendo; estamos en una carrera sin final, en la que siempre habrá ganadores y perdedores antes de llegar a la meta.

Seguro que aquel que dijo que la plata no hace la felicidad no fue ningún iluminado que le descubrió el agujero al mate, ese tipo fue una persona común, que se dio cuenta a tiempo de que nunca le iba a alcanzar la guita para comprarse lo más de lo más; un seco de bolsillo que, tras la rotura de su celular en plena calle, miró para arriba para rogarle al supremo que le mande un rayo de buena suerte para poder comprarse uno nuevo, y ahí sin querer quedó obnubilado ante la belleza del cielo.

Parece que Dios le abrió los ojos con un rayo revelador de alrededores y una cosa trajo la otra. Descubrió nuevos paisajes de la ciudad en sus recorridos de siempre, habló con sus allegados cara a cara, compartió sonrisas con sus hijos…

Desde entonces, el tipo se dedicó a disfrutar de las pequeñas cosas, aquellas que nunca tendrán precio y que están en todas partes e instaló la frase en el refranero popular para avivar a todos los giles que siguen incrustados en las pantallas y deseando aquello que todavía no tienen…

Sí, chicos, me fui de mambo y el romanticismo de una vida utópica, sencilla y feliz se me vino a las teclas.

Me doy cuenta que  La felicidad no se consigue rompiendo el celu, aunque, sin fanfarronear, lo del rayo revelador de alrededores no está nada mal.  

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